Truman Capote: por favor, señor, deja que me amen

EL OCTAVO DÍA
    Eso fue lo que detonó y sostuvo la obra de Capote. Nacer y vivir en el desamor. Algo que le volvió alcohólico, drogadicto, pero también un genio.

    “Cuando Dios te da un don, también te da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse”, así definió el escritor Truman Capote, en su ultimo libro Música para camaleones, lo que representaba para su polémico persona el acto de escribir.

    Aunque para muchos creadores escribir, pintar o danzar puede ser un gozo, para el artista consagrado y amargado en la batallas ganadas y perdidas de la vida se puede volver un tormento. No sólo el compromiso de mantener un éxito, sino el temor de no hacer las cosas en grande sin repetirse o parodiarse.

    La frase más citada de Capote es terrible: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”.

    Las cuatro cosas eran reales y en ese tiempo muy pocos reconocían su dependencia y consumo de drogas y alcohol. Ya se nos olvida la unánime condena social a la que se exponían quienes se abrían el kimono a nivel público.

    Apenas poco después David Bowie popularizó en la cultura pop la divisa de bisexual. Todavía en años recientes el señor Juan Gabriel sólo concedía decir que “lo que se ve, no se pregunta”.

    Por estos días se cumplen 40 años de la muerte del genial Truman Capote, por lo general, más recordado por haber alcanzado dentro del periodismo la cima literaria al acuñar el concepto de “Novela de no ficción” o “Non-Fitcion Novel” para usar el termino en inglés.

    Asi logró crear la gran famosa novela reportaje A sangre fría, narrando el sobrecogedor asesinato de la familia Clutter en su granja por un par de vagabundos que sólo obtuvieron una cantidad mínima.

    Aunque no había sido reportero de profesión, a diferencia de Ernest Hemingway o John Dos Passos, quienes fungieron como corresponsales, Capote más que nada colaboraba para revistas como The New Yorker o Harper Bazaar.

    Aquí en México, su principal seguidor fue el escritor Vicente Leñero, quien con su novela de no-ficción “Asesinato” recrea un tremendo crimen en los años 70 en México donde un joven mató a sus abuelos.

    Mucha gente ha tomado ese libro como una Biblia y es todo lo que han leído de él, perdiéndose otros infinitos tesoros narrativos. Yo cuando vi el libro en el estante lector de un tío mío, pensé que era algún texto taurino tanto por el título como por su apellido.

    En realidad, Capote se llamaba Truman Streckfus Persons, pero él asumió ese apellido por agradecimiento a su padrastro, Joe García Capote, de origen cubano, un tipo bastante peculiar que se casó con su descontrolada madre y fue él quien le permitió y autorizó ser escritor, en ese momento crucial cuando se descontroló en adolescencia y no sabía qué hacer con su vida.

    Para los que hemos leído la biografía de Capote hay algo más poderoso, García Capote le ofreció darle un dinero permanente durante el tiempo que escribiese su primer libro y le autorizó a dejar la escuela y vivir donde quisiera y como fuera.

    Ese gran aval fue fundamental para aquel escritor precoz que luego debutaría con éxito de crítica y ventas de esa primera novela.

    Pero hay un detalle más espinoso y difícil: la madre de Truman empezó a despreciarlo cuando él descubrió en su adolescencia que era homosexual... y sería justamente el padrastro quien la convenció de qué dejase en paz al chamaco y no lo torturase con esas problemas de definición de género. Generalmente en Mexico eso es al revés.

    Gracias al dinero que le dio Joe García Capote, Truman se fue a vivir con unos parientes en un pueblo del remoto sur, bastantes estrambóticos como esos campesinos que pasan demasiado tiempo entre ellos, atrapados en los mismos pantanos del Mississippi, sus supersticiones y creencias inamovibles.

    Ahí comenzó a escribir la novela Crucero de verano, pero con la estancia se dio cuenta que esa novela no era lo suyo, sino que tenía que escribir mejor sobre lo que estaba reencontrando: esos personajes un tanto goyescos y raros como los que lo cuidaron en su infancia.

    Capote había sido criado en una granja por tías solteronas y primas medio chifladas porque su madre, demasiado emancipada y de espíritu libre, se desaparecía y lo dejaba ahí al garete por largas temporadas.

    Así fue como nació su primera novela llena de misterio y perturbaciones llamada Otras voces otros ámbitos. Una novela en que vemos cómo un tímido niño de ciudad es enviado vivir con unos parientes rústicos, y luego de haberlo privado de la matiné, los paseos por el parque y su pandilla de amigos, se ve obligado vivir en un pueblo de cinco casas, donde no solamente hay un ambiente de opresión y locura, sino también la huella de que algo siniestro ha pasado ahí y está a punto de volver a pasar,

    Más allá del punto, más que novela gótica sureña, al modo de que Pedro Páramo es una novela gótica jalisquilla, Otras voces, otros ámbitos es una parábola del desamor de los hijos abandonados y desatendidos.

    Hay un momento en que el niño protagonista, mientras ve caer una lluvia repentina y ve que una esclava se pone a hacer un conjuro medio yoruba africano, se da cuenta de lo solo que está y es tanta su desolación que suelta una oración por primera vez para pedir algo no material: “Dios, haz que me amen”.

    Y eso fue lo que detonó y sostuvo la obra de Capote. Nacer y vivir en el desamor. Algo que le volvió alcohólico, drogadicto, pero también un genio.

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    @juanjose_rdgz

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