La primera crítica reiterada y descalificatoria a López Obrador y la 4T, incluso desde la misma campaña, fue su programa general de asistencia social. De inmediato fue calificado de populismo. Y lo es, pero la crítica de la Oposición, normalmente basada en el paradigma neoliberal, lo veía como inviable y peligroso para la estabilidad financiera del País.
La política económica de la 4T a nivel federal combina rasgos de una filosofía populista y otros de indudable corte neoliberal. Es populista porque orienta gran parte del gasto social a programas que asisten fundamentalmente a los sectores económicos populares o proletarios, sin que quiera decir que otras capas sociales, medias e incluso altas, no sean beneficiarios de ellos, como el que atiende a los adultos mayores. También ha impulsado exitosamente el crecimiento real de los salarios mínimos y ha disminuido los índices de pobreza, aunque no los de pobreza extrema.
Es neoliberal porque ha mantenido una política fiscal estricta de mayor recaudación de impuestos, por cierto, mucho más eficiente que cualquier gobierno priista y panista, pero a la vez no ha creado más impuestos o no los ha elevado. También ha mantenido una política de puertas abiertas al comercio exterior y a la inversión extranjera. Ha sido respetuoso de la autonomía del Banco de México y ha sostenido una paridad cambiaria que ha beneficiado al peso. Las reservas de dólares son cuantiosas (que supera los 200 mil millones), aunque la deuda externa sí ha aumentado en relación a gobiernos anteriores. ¡Las tasas de interés han beneficiado tanto a la banca que sus dueños están felices con esa política de AMLO!
Sin duda alguna, el gobierno de la 4T ha logrado impulsar, después de la severa etapa pandémica, un importante crecimiento económico en México, el cuarto más grande en América Latina después de Panamá, Costa Rica y Paraguay, que lo ha llevado a situarse en el lugar número 12 del mundo escalando dos lugares de la anterior medición.
Es decir, esta combinación de populismo económico con neoliberalismo, que algunos economistas llaman neoliberalismo asistencialista, ha sido una fórmula exitosa hasta el momento. Y es tal que, ahora, muy oportunistamente, los partidos de Oposición y numerosos intelectuales liberales, aunque no todos, y la misma candidata del PRIAN, la ingeniera Xóchitl Gálvez, los reivindica y ofrece profundizar algunos de ellos. Lo que antes era un pecado populista para los liberales ahora es una virtud de campaña.
¡Ahora todos son populistas! ¡El demonio se convirtió en santo para el PRIAN!
Sin embargo, lo cierto, es que esos programas de asistencia social estarán seriamente comprometidos si no se establece una política fiscal que recaude más impuestos entre los que más tienen. Ya no parece que vaya a ser suficiente una mayor eficiencia en la recaudación de impuestos, como ha sido hasta ahora con López Obrador, para sostener los programas de ayuda social, aunque obliguen a pagar a deudores morosos y evasivos como Ricardo Salinas Pliego, que debe más de 60 mil millones de pesos a Hacienda.
Claudia Sheinbaum ha declarado que no habrá creación ni aumento de impuestos en su gobierno. Decir otra cosa en plena campaña electoral sería un suicidio, pero es probable que la realidad del futuro cercano la obligue a hacer otra cosa.
Xóchitl Gálvez y en general los candidatos del PRIAN han dicho que van a sostener y ampliar varios de los programas sociales, sobre todos los de la tercera edad y el de las mujeres, pero si recordamos la votación en contra de los legisladores albiazules cuando Morena los presentó al Poder Legislativo y lo que opinan varios asesores de la Oposición, como Macario Schettino, o intelectuales afines a Xóchitl como Enrique Krauze, Aguilar Camín y muchos más, hay que pensar que reivindicarlos es más bien un recurso de campaña para no perder más votos. Todavía más interesante es darse cuenta que Xóchitl no ha dicho con qué fondos se van a sostener y profundizar los programas sociales para los adultos mayores y las mujeres, así como el de las medicinas en el sector médico privado.
La crítica al populismo de la 4T ahora se centra en la narrativa, el estilo y el hiperpresidencialismo de López Obrador; características que columnistas, como Rivapalacio, Silva Herzog, Jorge Castañeda y decenas más, dicen, se va a acendrar con Claudia Sheinbaum, a la cual no le encuentran ningún mérito intelectual, ni político, incluso ni moral. Así como van las críticas de estos intelectuales, la horripilante Sheinbaum va a ser peor que el monstruo del trópico López Obrador.
Por lo pronto, el próximo domingo veremos el segundo debate presidencial en el contexto de las más recientes encuestas que muestran un ligero aumento o la estabilidad en la preferencia a Morena y Claudia Sheinbaum, un ligero aumento de Máynez y un descenso de Xóchitl Gálvez. Lo más sorprendente para los malquerientes de la ex jefa de Gobierno de la CDMX es que no es descartable que supere la votación de López Obrador de 2018. Es decir, aún careciendo de autonomía política en relación al tabasqueño, como dicen los opositores, siendo dogmática, como dicen Rivapalacio, Silva Herzog o Denise Dresser, además de ser, según varios caricaturistas, feísima y desalmada como una bruja, lo más probable es que obtenga una votación histórica. Y si es así, es que la mayoría de los electores, por supuesto extremadamente ignorantes y/o tontos, confían en ella, entre otras cosas, porque parece ser que, una mujer altamente educada, honesta y segura, es más confiable.
Estrella Palacios, la candidata de Morena a la Alcaldía de Mazatlán, está sorprendiendo a la opinión pública y a la población que ya la empieza a conocer, porque se conecta muy fácilmente con la gente, sobre todo con las mujeres y las personas de la tercera edad. Esperamos a las encuestas para ver qué dicen.
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