Publio Terencio Africano -quien vivió en el Siglo II a.C.- en su comedia Heautontimoromenos, que puede traducirse como El enemigo de sí mismo, narró que un personaje llamado Cremes intervino en una discusión y se le reclamó su intromisión, a lo que él respondió con la clásica frase: “Hombre soy, por lo tanto, nada de lo humano me es ajeno”.
Muchos siglos después, Miguel de Unamuno se mostró en desacuerdo con la sentencia y le hizo una corrección: “Hombre soy, a ningún otro hombre estimo extraño”. El filósofo español prefirió hablar del sustantivo específico “hombre”, porque el término abstracto humanidad le resultaba sospechoso.
En efecto, el término humanidad puede ser ambiguo, ya que significa el conjunto de los seres humanos o, también, la cualidad que tienen las personas de mostrarse amables, comprensivas, solidarias y generosas con quienes padecen algún sufrimiento o dolor, así como de mostrarse atentas a si carecen de lo necesario para subsistir.
Por tanto, el significado del vocablo original, como se especificó al inicio, fue el de no desatender la necesidad, angustia o problema de ningún hombre, porque todos participamos de la misma naturaleza humana y debemos considerarnos hermanos.
De aquí se sigue que ningún hombre debe ser repelido, rechazado o marginado por motivos de raza, sexo, religión o cualquier otro condicionamiento que se considere excluyente. Por eso, Mahatma Gandhi subrayó en su libro: “Todos los hombres son hermanos”.
Este aspecto lo especificó perfectamente Eduardo Galeano, en El cazador de historias:
“Tu Dios es judío, tu música es negra, tu auto es japonés, tu pizza es italiana, tu gas es argelino, tu café es brasileño, tu democracia es griega, tus números son árabes, tus letras son latinas. Soy tu vecino ¿y todavía me llamas extranjero?”
¿Considero a todo hombre como mi hermano?