En su halago al dictador, López Obrador se traga, completo, el alegato del déspota. No habla de la represión en Cuba ni de la ausencia de libertades políticas porque eso sería “intervencionismo”

    Hace unos meses, el Presidente abrió el Palacio Nacional para que un propagandista de la dictadura cubana pronunciara el lema abominable: “Patria o muerte”. Con su aplauso, el Presidente mexicano daba la bienvenida a esa consigna que hace de la lealtad al totalitarismo requisito de sobrevivencia. Con el disfraz del heroísmo y del sacrificio, el régimen da órdenes de muerte. Por eso la disidencia le ha arrebatado ese rótulo para cantar “Patria y vida”.

    No más mentiras

    Mi pueblo pide libertad, no más doctrinas

    Ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida

    Y empezar a construir lo que soñamos

    Lo que destruyeron con sus manos.

    Que no siga corriendo la sangre

    Por querer pensar diferente

    ¿Quién le dijo que Cuba es de ustedes?

    Si mi Cuba es de toda mi gente.

    “Sesenta años trancado el dominó”, cantan los disidentes. Pero en la isla no se vale andar bailando discrepancias y escapar de la lógica del martirio, la persecución de los disidentes y el fusilamiento de los traidores. Nada contra la revolución. Nada contra el régimen. La lógica que articuló Castro en un famoso discurso es estrictamente totalitaria: “Dentro de la revolución todo; contra la revolución nada”. Esa sigue siendo, más de sesenta años después el principio represivo del régimen cubano. No hay derecho a la expresión crítica, a la organización independiente, a la estructuración del pluralismo. Nada de trastocar la consigna del Che Guevara, “Patria o muerte”. Corear alegremente que hay vida fuera del régimen es un delito y se castiga con prisión. Así ha sido. Los artistas que cantaron el himno de la discrepancia han sido encarcelados por el delito de ultraje a los símbolos patrios, por difamación de héroes. Siguen presos.

    El Gobierno mexicano homenajea al represor con la máxima presea que puede dársele a un extranjero. Era difícil ensuciar más el Águila Azteca después de que el gobierno de Videgaray se la concedió al yerno de Trump, pero lo ha logrado Andrés Manuel López Obrador, dándole la medalla al representante de una podrida tiranía. Díaz Canel, el hombre al que el Gobierno mexicano homenajea, ha intensificado en los últimos años la represión a los disidentes y, en particular a los creadores. Cientos de jóvenes en las cárceles por cometer el crimen de protestar. Quienes cantan o escriben, quienes hacen performance, quienes se juntan sin pedir permiso son enemigos de la revolución, es decir, traidores y delincuentes. Para justificar la persecución, el régimen repite los calificativos que ha usado desde hace seis décadas: son agentes del imperialismo, se han vendido a la política de odio contra Cuba, están financiados por los yanquis, sirven a los intereses de Miami.

    En su halago al dictador, López Obrador se traga, completo, el alegato del déspota. No habla de la represión en Cuba ni de la ausencia de libertades políticas porque eso sería “intervencionismo”. Pasa por alto detalles insignificantes como el que, desde el triunfo del castrismo, no haya habido en Cuba elecciones libres. Y, sin embargo, el Presidente hace suya la retórica que invoca el régimen represor. La revolución no hace más que defenderse de los contrarrevolucionarios. Acosado por el imperialismo, el régimen no ha tenido otra opción que cancelar todas las voces independientes y enjaular a quienes no celebren las bondades de la revolución. La dictadura es un ejemplo para el mundo, el totalitarismo castrista es un faro de dignidad continental. La longevidad del totalitarismo es signo de la dignidad de un pueblo.

    Con el Águila Azteca, el Gobierno de México agradece el envio de médicos cubanos. Pero este intercambio está lejos de ser una muestra de solidaridad. Se trata de una práctica deplorable que Naciones Unidas califica como “trabajo esclavo”. Otra cosa que el régimen mexicano decide ignorar: los profesionales de la salud que vienen de Cuba carecen de los derechos elementales y al darles la bienvenida, el Gobierno mexicano se hace cómplice del despótico capataz.

    López Obrador sigue venerando el mito de la Revolución Cubana como si no supiéramos la pesadilla en que se convirtió. Puede cerrar los ojos a la represión, a la ausencia de libertades elementales, a la catástrofe que vive ese país y que ha provocado el peor éxodo de su historia porque le ayuda a atizar su discurso antiliberal. Digo antilberal. No antineoliberal.