Después de dos temporadas documentando la gastronomía de Sinaloa en ¿A Qué Sabe Sinaloa?, me pregunté muchas veces cuál sería la forma más corta de definir nuestras cocinas. Buscaba una respuesta que capturara su esencia sin reducir su complejidad. Y un día, gracias a la iniciativa de la chef Andrea Lizárraga, la respuesta llegó: Tierra y Sal.
Pensar en una cocina sinaloense única es una idea romántica, una ilusión que de alguna manera existe en nuestro imaginario colectivo. Pero lo cierto es que, más allá de algunos elementos que nos unen, nuestras cocinas son tan diversas como nuestra historia. Han sido moldeadas por la colonia, el mestizaje, las migraciones y los eventos que nos han transformado. En medio de esos cambios, ¿qué se ha mantenido? ¿Qué nos sigue definiendo? La tierra y la sal.
La tierra de nuestras montañas y valles. La sal de nuestro litoral y nuestras marismas. Somos lo que comemos. Somos producto del mismo espacio. Y nuestra comida, como ya lo he dicho antes, se parece a nosotros: abundante, honesta, con sustancia y con un orgullo que nos encanta presumir.
Celebro la iniciativa de Andrea y de todos los chefs y patrocinadores que se sumaron. En tiempos como estos, generar otras conversaciones no es evadir la realidad que nos atraviesa, es un acto de construcción. Una realidad no borra a la otra; simplemente, la acompaña.
Suelo escribir sobre problemas y luego encontrar un destello de fe. Hoy, quiero hacer algo distinto. Hoy, quiero celebrar. Celebrar nuestras cocinas. Nuestra gente. Y a todos los que, desde su trinchera, intentan que este estado sea más que su propia herida. Más que su propio estigma.
Que esta construcción no nos borre la memoria, pero que la realidad no nos borre la esperanza. Porque nuestra comida es muchas cosas. Pero hoy, más que nunca, parece ser también eso: esperanza.
Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.
Es cuánto.