Desde hace más de un mes, he recibido un preocupante número de mensajes falsos sobre cosas urgentes que debo resolver en Telmex, Banorte, Microsoft, Apple... pero también de otras compañías y aplicaciones a las que no acudo.
Sabemos que son falsas y virus pero, ¿dónde está la policía científica que debería perseguir por oficio ese flagrante delito? ¿Esperando que alguien denuncie un fraude inmenso para abrir el expediente?
Ya pasó el tiempo de que un abogado nos dice que eres heredero; un intestado en Kentucky te dejó su fortuna y te piden tus datos: hoy ya saben más de ti porque alguien comparte los datos financieros o legales que alguna vez le confiaste a alguien. Esto va más allá de los impunes trabajadores de un call center de cobranzas que se pasan datos para cumplir su cuota diaria de llamadas a morosos.
Eso afecta más ahora que nos hemos convertido en autómatas cibernéticos y la edad de los consumidores se ha alargado. El futuro soñado nos alcanzó. Pero no como queríamos.
Cuando era niño, leía de todo y me topé con un libro que se llamaba Homo Longevus y hablaba de que en el futuro la gente viviría mucho mejor después de los 60 años y podríamos llegar a más tiempo.
Hoy esto ya está pasando, pero en los 70, la vejez llegaba antes y un hombre de 35 ya era mayor y vestía y actuaba a la manera de uno de 50. Un hombre de 40 ya vestía como profesor aunque fuese encargado de mostrador, no se sentaba con sus hijos a ver las caricaturas y jamás compraba una bolsa de papas fritas.
Como buen niño de mi época, educado por la fantasía del Canal 5 y la ciencia ficción, me fui al capítulo dedicado a la biónica, señalado en la cuarta de forros y que fue lo que me despertó por primera vez el interés en un libro de medicina.
Era un tiempo en el que nos apantallaban las proezas de Steve Austin, “El hombre nuclear”, un ex-astronauta reconstruido cuyas manos, brazo y ojo biónico realizaban hazañas superior a las de otros superhéroes, pero se desempeñaba como un vulgar agente de gobernación con ínfulas de 007, quizá obligado a pagar así los 6 millones de dólares que había costado su cirugía.
Yo tenía 11 años y me dejó pensando una propuesta en Homo Longevus: aparte de que el hombre iba a poder tener manos y piernas artificiales en el futuro, también podría contar con un dispositivo de bombeo sanguíneo para la “erección del miembro viril mediante la biónica”, algo que los creadores de Steve Austin jamás visualizaron o se le ocurrió poner en alguna escena con la melancólica mujer biónica. Vaya.
Aun creo recordar que en la cortinilla inicial nos decían que era un hombre poderoso y superdotado, cosa que decían de los niños genios de antes, aunque ahora ya los volvieron índigos y crueles con tanta soberbia New Age y tecnológica, demasiado al alcance de las mentalidades de sus padres, algunos incapaces de la reflexión y hasta la simple memoria.
El futuro fue más simple en forma de pastilla azul. Y el modelo de sociedad que hoy se nos ofrece es de desechar el espíritu y que nuestro ente biológico dependa en más de un cuarenta por ciento de su memoria inmediata, ortopedizada en un dispositivo electrónico que, ademas de irse apoderando de forma gradual en su memoria a corto plazo, le diga qué pensar, cómo ser políticamente correcto y no meterse en laberintos filosóficos y morales.
El conflicto se agudizará con la inteligencia artificial que inventa y prevé conversaciones usurpando otras identidades. Las aplicaciones de citas son el paraíso de cuentas falsas con fotos robadas, operadas por ventriloquia robótica.
Igual pasa en ambientes de más confianza. ¿Por qué un amigo ya fallecido me pide amistad por una red social? ¿Quién administra su cuenta? Me encantaría tomarme un café con él, pero ese café ya no es de este mundo.
Me está pasando que un montón de escritores que ya no están me piden amistad y no sé si son cuentas homenaje o alguna trampa. O, de repente, opinan con soltura y vaguedad algunos que ya no fluyen por este plano existencial.
Terrible mundo este, que nos pone a desconfiar hasta de los fantasmas.