Tercer debate presidencial: cambiar las reglas para lograr un auténtico debate a favor de la vida

    En el tercer debate presidencial se juega nada menos que el futuro de la epidemia de homicidios; las candidatas y el candidato deberían mostrar una ruta fundada, soportada en evidencia, que enseñe si saben de lo que hablan cuando prometan -otra vez- parar la crisis de violencias, delincuencia e impunidad.

    ¿Estás entre quienes ven los debates presidenciales? Si es así, ¿por qué los ves? ¿Qué te dejan los debates? ¿Los ves por las personas, por las propuestas, por ambas? ¿Aprendes algo? Y si eres indiferente a ellos, ¿por qué te son irrelevantes? ¿Crees que los debates no hacen diferencia alguna en las campañas? Es más, ¿las campañas mismas te son intrascendentes?

    Yo creo que muchos de los problemas que tiene México derivan de la debilidad crónica de la rendición de cuentas. Hay quienes piensan que rendir cuentas es un mito y los gobiernos hacen más o menos lo que se les da la gana. Pero hay quienes creemos que solo si tenemos gobiernos forzados a justificar lo que hacen, entonces podremos en alguna medida controlarlos y obligarlos a dar buenos resultados.

    En seguridad pasa algo muy particular: las violencias crónicas hacen que muchas personas reclamen la prolongación de la crisis, pero es casi imposible que ese reclamo se traduzca en exigencia para que los gobiernos muestren los métodos que usan. Es una profunda disociación que no es privativa de la política de seguridad; en muchas funciones públicas, para la mayoría es lo mismo si los gobiernos usan o no métodos para ejercer sus funciones. Sean cuales sean los resultados, a nadie o casi nadie le importa si las decisiones tomadas tuvieron que ver con una sucesión de pasos que ha sido validada desde algún saber.

    Pura aburrición eso de andar preguntando, indagando, escrutando, evaluando si existen o no métodos en las políticas públicas, piensan muchas personas. No le atribuyen ningún sentido, especialmente cuando la sequía de confianza en las instituciones se ha normalizado, en particular cuando hablamos de la seguridad.

    Es una verdadera lástima porque así la sociedad pavimenta la carretera por la cual los gobiernos van y vienen sin pasar por un filtro de calidad donde sea relevante si lo hacen bien o si lo hacen mal y si saben responder por qué. Encima, ahora estamos registrando gobiernos que, reprobados en seguridad, son encabezados por personas mayoritariamente confiables. Por ejemplo, con 60 por ciento de aprobación para López Obrador, sólo 23 por ciento califica bien o muy bien su política de seguridad.

    Llevando la discusión a todo el País, ¿cuántos gobiernos son reprobados en seguridad y ello tiene poco o nada que ver con la percepción hacia quienes los encabezan? Y regresando a la discusión más amplia de este texto, ¿cuántos gobiernos en todo el territorio se ven forzados a explicar sus resultados en seguridad, los que sean, con base en los métodos usados, si es que los hay? Tal vez, en estricto sentido, ninguno.

    Es posible que los debates presidenciales no tienen impacto mayor en la decisión de la preferencia debido a que están caídas las expectativas sociales respecto a la solución de los problemas mayores. Y con base en todo eso, ¿alguien espera algo relevante del tercer debate presidencial, siendo que incluye los temas de la inseguridad y el crimen organizado?

    En Ni plata ni plomo, único espacio radial dedicado a la pedagogía en seguridad ciudadana, estamos dedicando varias emisiones a exigir que el tercer debate sí nos traiga respuestas sólidas en estos temas; creemos que esto es parte de recuperar nuestra humanidad, tal como lo expliqué hace una semana. Hundido México en una epidemia de homicidios que ya cumple tres sexenios federales, nos parece absolutamente indispensable cambiar las reglas para ampliar los tiempos y salir de la camisa de fuerza que impone un formato rígido, cuando lo que necesitamos es un formato flexible.

    ¿Qué dice de este país el hecho de que vayamos a un tercer debate sin hacer un tratamiento diferenciado de los temas que tienen que ver con la pérdida del valor de la vida? ¿Hablar de la educación, la deuda, la política energética es lo mismo que hablar de un país que multiplica cuatro veces la tasa promedio global de homicidios intencionales? ¿Hablar de una impunidad nacional promedio mayor al noventa por ciento en estos delitos es lo mismo que hablar de otras políticas públicas?

    Yo creo que en el tercer debate presidencial se juega nada menos que el futuro de la epidemia de homicidios; yo creo que deberían mostrar una ruta fundada, soportada en evidencia, que enseñe si saben de lo que hablan cuando prometan -otra vez- parar la crisis de violencias, delincuencia e impunidad. Prevención, reforma policial, reforma a la justicia, construcción de paz y tantos temas implicados en esta agenda, solo pueden ser tratados con racionalidad mínima si hay espacio para la argumentación pausada, en especial poniendo a prueba el cómo en sus promesas.

    La impunidad es una palanca especialmente potente para poner a prueba a las candidatas y el candidato. Dejarlos prometer acabar con ella sin decir cómo lo harán, sabiendo que todas las fuerzas políticas y una presidencia tras otra lo han prometido, equivale a participar en un montaje; un debate ciego con harto espectáculo y poco o nada de contenido en la más grave de todas las urgencias: parar la matanza.

    Yo creo que tenemos de dos: el tercer debate es un montaje en estos temas o cambian las reglas para convertirlo en una verdadera competencia de ideas por la vida.