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Hallazgos fósiles sugieren que tribus de homo sapiens ya habitaban el planeta tierra hace 300 mil años. Imagínese vivir en una de esas pequeñas tribus nómadas de no más de veinte individuos. Trate de verse a sí mismo allí, con el paisaje. Nadie ajeno a su tribu utiliza este vasto espacio. Ese territorio constituye todo su universo; su terreno de caza tribal. Los hombres de su grupo se dedican a buscar presas, mientras que las mujeres recogen bayas y frutas. Los niños juegan imitando las técnicas de caza de sus padres.
Todos se conocen entre sí, y hay mutua cooperación entre los integrantes para alimentarse y para protegerse de las amenazas naturales. Si un miembro de la tribu enferma, los demás le cuidan durante el tiempo de enfermedad. Esa solidaridad grupal es la única forma de sobrevivir.
Con los siglos, esa población creció hasta llegar a los ocho mil millones de habitantes hace apenas un par de meses. Y la tendencia es de un crecimiento a un ritmo de 80 millones de personas anualmente.
Hoy, el 70 por ciento de esa población mundial se concentra en las ciudades, y el 30 por ciento en pequeñas zonas rurales. Pero la tendencia es que la población rural siga migrando hacia las grandes urbes en busca de trabajo.
Ahora, el miembro de aquella pequeña tribu nómada se ha convertido en un ciudadano sedentario. En palabras de Desmond Morris, en miembro de una “supertribu”. Ahora, ya no conoce personalmente a los miembros de su tribu. Aquella socialización personal pasó a ser totalmente impersonal. Las tensiones de la vida citadina aumentaron y los choques se hicieron más violentos.
Tan pronto como la tribu se convirtió en una supertribu impersonal, con desconocidos en medio de ella, la rigurosa protección de la propiedad se hizo necesaria. El modelo cooperativo persona-persona también ha cambiado. Ahora se limita solo a los miembros de su familia, y en algunos casos, a su barrio. Ese microcosmos constituye su tribu. Todos los demás fuera de ella son los “otros”.
Releyendo a Morris, me recuerda aquella tarde en la que paseaba con mi esposa por las calles de Londres; ese monstruo de ciudad que tiene una población de 15 millones de habitantes. Era una hora en la que había cientos, tal vez miles de personas yendo de un lado a otro, cuando de pronto, un hombre de edad avanzada se desvaneció. Aparentemente estaba teniendo un infarto.
Toda esa masa de gente alrededor, en un par de segundos se desvaneció huyendo de la escena. Tan solo mi esposa y yo nos quedamos asistiendo a aquel señor, durante el tiempo que tardó en llegar una ambulancia.
Tardaron unos minutos antes de cubrirlo totalmente con una sábana blanca. Y en medio de esa multitud de gente; en esa supertribu urbana, de pronto nos sentimos muy, muy solos.
Es cuanto...