Es hora de hablar abiertamente sobre la salud mental y dejar atrás el estigma, tabú y prejuicios que rodean esta realidad.
Cuando de acuerdo con la OMS, 1 de cada 8 personas en el mundo padece un trastorno mental, es decir 970 millones de personas en el mundo. Algo grave está sucediendo. La ansiedad es la enfermedad mental más común en la actualidad y afecta a 284 millones de personas. A nivel global, las enfermedades mentales afectan más a las mujeres (11.9 por ciento) que a los hombres(9.3 por ciento).
Los trastornos mentales son una de las principales causas de discapacidad y afectan la vida de las personas en todos los ámbitos: personal, familiar, laboral, social, comunitario. A nivel global los costos derivados de la salud mental representan un 4 por ciento del PIB.
Una de las maneras de atender esta realidad es empezar a hablar de manera abierta sobre ello y dejar atrás los prejuicios, ignorancia y desinformación que le rodean. El costo de tomar decisiones y actuar en función de ellos genera una espiral destructiva para las personas que tienen enfermedades o padecen problemas de salud mental y para quienes les rodean e impactan a las instituciones encargadas de atender esta situación.
Es importante comprender también que la salud mental es un derecho y corresponde al Estado asegurar la asistencia médica una vez que la salud, por la causa que sea, ha sido afectada; esto es lo que se llama el “derecho a la atención o asistencia sanitaria”. La salud mental no es un asunto aislado a la salud en general y debe ser considerado también como un asunto de salud pública.
Destaco esto porque aquí intervienen actores relevantes en la visibilización de la cuestión y en el manejo que se le da. Los medios de comunicación, las escuelas, las empresas, las familias tienen un papel que jugar. Cuando no se habla de este problema o se considera que la atención a las personas que padecen trastornos mentales es un asunto privado -esa famosa frase de la ropa sucia se lava en casa- el problema se agudiza. Según la OPS, en el Continente Americano, más del 80 por ciento de las personas con una enfermedad mental grave, incluida la psicosis, no recibieron tratamiento. La pregunta obligada es: ¿por qué no? En los años recientes, la pandemia de Covid fue una de las razones, las otras dos principales fueron que las personas que las padecieron no consideraron necesario atenderse o las familias de los enfermos no pensaron que fuera necesaria la atención profesional y el otro factor es la falta de presupuesto. La OMS indica que una inversión adecuada por país debería ser el 10 por ciento de su presupuesto anual y la realidad es que los países no invierten ni el 4 por ciento. En nuestros países el promedio es de 3 por ciento.
Si bien la definición de salud y enfermedad mental tiene un componente histórico y cultural también -cada sociedad y cultura ha definido lo que es normal y lo que es una patología en momentos específicos de su historia- es un hecho que existen hoy múltiples variables que detonan la falta de salud mental tales como el uso excesivo de tecnología, la violencia de género, las guerras, la crisis económica, el abuso narcisista, etcétera. Hay quienes plantean hoy que existen nuevas formas de producción de padecimientos.
No es normal que los suicidios de niñas, niños y jóvenes estén aumentando en el mundo.
No es normal encadenar o enjaular a una niña o niño de 10 años, a mujeres, hombres, adolescentes y ancianos durante días, meses, años o inclusive toda su vida por tener trastornos mentales. Esto sucede en más de 60 países en el mundo como práctica común.
No es normal que en India se suicide una ama de casa cada 25 minutos.
En la medida en que como sociedad no reconozcamos esta realidad no podremos atenderla y seguiremos perpetuando la espiral de violencia y desinformación que rodea a las personas con padecimientos mentales.
Si no aceptamos que el bullying, el acoso laboral, el acoso sexual, la violencia en todas sus manifestaciones, la crisis, la desinformación sobre el tema, las migraciones, las guerras civiles, los genocidios, las guerras entre países, las amenazas de secuestro y los secuestros, la inseguridad, entre otras cosas, afectan no sólo física sino emocionalmente a las personas, esta historia no terminará jamás.
Este problema nos atañe a cada una de las personas que habitamos el planeta y podemos hacer una diferencia informándonos, compartiendo datos y tendiendo una mano a quien lo pueda necesitar.
Hoy podemos estar bien, pero mañana podemos necesitar apoyo y todas las personas necesitamos ser reconocidas y apoyadas, no estigmatizadas y aisladas, además de tener acceso a los recursos, tratamientos y apoyo adecuado.