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La pandemia nos sumergió en la más profunda oscuridad. Las pérdidas de familiares y amigos, prolongado confinamiento, trabajo y clases virtuales, sana distancia, estrictos protocolos higiénicos, restricción de manifestaciones de cariño, problemas laborales, estrés, depresión y angustias económicas son algunos de los problemas arrastrados en esta vorágine del virus.
La travesía por el túnel ha sido muy larga y, aunque hay destellos de esperanza con las vacunas y otros factores, la luz todavía no se filtra con la intensidad requerida debido a los rebrotes y surgimiento de nuevas cepas. Sin embargo, nunca debemos olvidar que en la más profunda oscuridad es posible percibir seres y cosas en los que cotidianamente no recapacitamos ni reflexionamos.
Quienes acostumbran bucear de noche sostienen que el mundo marino se aprecia de manera totalmente diferente. Animales y organismos que no son visibles durante el día comienzan a pasear y buscar alimento por las noches. Además, a la luz de las linternas se aprecian infinidad de tonalidades brillantes e imperceptibles con la claridad diurna.
Algo semejante es lo que nos sucede a nosotros: solamente cuando somos sacudidos por la oscuridad de la enfermedad o la tragedia es cuando abrimos los ojos a lo que normalmente no apreciamos.
Hellen Keller, quien quedó ciega y sorda antes de cumplir dos años, se reincorporó y expresó con esperanzada voz: “Emparedada entre el silencio y la oscuridad, poseo la luz que centuplicará mi visión cuando la muerte me libere”.
Gibrán Khalil Gibrán, postrado por la enfermedad, escribió en 1930 una carta a su amigo Félix Harris, en la que reflexionó sobre el oscuro dolor: “El dolor, hermano mío, es una poderosa e invisible mano que quiebra la superficie de la piedra para extraer lo que hay en su interior”.
¿Descubro luz en la oscuridad?