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@rodolfodiazf
La adversidad y el fracaso constituyen la palanca que impulsa el motor de la historia. Los reveses no deben convertirse en funestos precipicios, sino en dinámicos resortes que catapulten a la cima.
Las experiencias negativas dejan importantes enseñanzas, lo lamentable es que no siempre tenemos madurez para asimilarlas. Es necesario encontrar un sostén que nos permita emerger en el naufragio. Para algunos basta el autoconocimiento; para otros, además, una deidad o valor superior.
El autoconocimiento, cuando es sincero, conduce al reconocimiento de los límites, peligros y riesgos, así como de los alcances, fortalezas y oportunidades. Pero, el ingrediente esencial es la sinceridad, como hizo Agustín de Hipona en sus Confesiones.
Richard Nixon publicó en 1990 sus memorias, que tituló En la arena, en donde escribió: “A menos que una persona tenga algún motivo para vivir por otra causa que no sea ella misma, morirá primero mentalmente, luego emocionalmente y por fin físicamente”.
Gerardo Laveaga, en su artículo llamado En las arenas de la nostalgia, publicado en la Revista de la Universidad de México en mayo de 1992, espetó:
“¿Quién puede creer en su sinceridad cuando afirma que su destino siempre fue “el de lograr un mundo en el que la paz y la libertad se perpetúen para siempre”? ¿O acaso sus intereses -los grandes ideales- consistirán ahora en sobrevivir al juicio de la historia? Con un libro como En la arena, difícilmente lo conseguirá”.
Rabindranath Tagore, dirigiéndose a Dios, señaló: “No me dejes pedir protección ante los peligros, sino valor para afrontarlos. No me dejes suplicar que se calme mi dolor, sino que tenga ánimo para dominarlo… Concédeme no ser un cobarde, experimentar tu misericordia sólo en mi éxito; pero déjame sentir que tu mano me sostiene en mi fracaso”.
¿Quién es mi sostén?