En la columna anterior hablamos del valor de la sonrisa en las diferentes etapas de la vida: infancia, juventud o ancianidad. Recalcamos que, en esta última etapa de soledad, abandono y enfermedad, la sonrisa adquiere una dimensión brillante, elocuente y grandiosa.
Hay otras situaciones en que también es difícil sonreír: los momentos de duelo y desgracia. Sin embargo, aún en esos instantes, se nos invita a no relegar al patio trasero el crisol de la sonrisa.
Un claro ejemplo lo encontramos en una película italiana de 1997, titulada La vida es bella, escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni, acompañado por su esposa en la vida real, Nicoletta Braschi. El film obtuvo tres Óscar de la Academia: mejor banda sonora (compuesta por Nicola Piovani), mejor actor y mejor película extranjera.
La trama es sencilla, pero aleccionadora. Guido Orefice, joven alegre y carismático trabaja en Arezzo con un tío suyo. Ahí conoce a una profesora llamada Dora; se enamoran, se casan y tienen un hijo a quien ponen el nombre de Josué.
Como Guido es judío, los alemanes los toman prisioneros y los trasladan a un campo de concentración. Guido convence a Josué de que todo es un juego y quien resulte vencedor obtendrá un tanque. A Guido lo fusilan, pero al final se reencuentran Dora y Josué, quien es rescatado por tropas americanas en un tanque, y está firmemente convencido de que han ganado el juego.
La trama está inspirada en la historia de Rubino Romeo Salmoni, quien fue el preso A15810 en Auschwitz-Birkenau y escribió el libro He derrotado a Hitler, así como en el padre de Benigni, también prisionero.
Un proverbio chino dice: “Usa tu sonrisa para cambiar el mundo; no dejes que el mundo cambie tu sonrisa”.
¿Sonrío en la desgracia?