@oscardelaborbol
Sinembargo.MX
No niego la posibilidad de que lleguemos al mundo con algunas vagas inclinaciones innatas o que ciertos rasgos de nuestro carácter estén en nosotros desde que nacemos; pero, sin duda, la mayor parte de lo que somos lo adquirimos aquí y en el contexto donde crecemos y pasamos nuestra vida.
Esta afirmación se torna evidente cuando se comparan las visiones del mundo que suscriben un mexicano y un japonés o un alemán y un senegalés. Incluso las diferencias de conducta y formas de pensar son notoriamente distintas cuando se trata de un mexicano citadino o de un mexicano de Chihuahua, nacido en la comunidad Tarahumara: sus ideas, sus preocupaciones, sus maneras de relacionarse con los demás y con la naturaleza son enteramente diferentes. Somos, en buena medida, el resultado de una enorme variedad de factores que dependen del sitio donde nacimos y vivimos y de las de personas que nos han acompañado.
Nuestros miedos y nuestros deseos, nuestra fobias y nuestros gustos, nuestras decisiones e inclinaciones, en una palabra, nuestra identidad se ha construido a causa de la zona del mundo donde, por casualidad o por destino, nos tocó nacer y de la época en la que se nos ocurrió hacerlo. Las coordenadas espacio tiempo nos marcaron y, luego, las peculiaridades de nuestra familia: tenerla o no tenerla o tener esa específica que nos tocó, cuentan lo mismo para troquelar lo que somos.
Todos estos factores, obviamente no elegidos por nosotros, más otros factores, los genéticos, tampoco elegidos por nosotros, hacen que seamos los que somos. Frente a toda esta carga habría que preguntarnos por el margen de maniobra que realmente nos permite lo que llamamos “libertad”.
Soy un individuo sujeto a una circunstancia (término importante para Ortega y Gasset), soy un individuo en situación (término importante para Sartre), soy un individuo inscrito en un momento histórico y en una estructura material (términos importantes para Marx)… La pregunta es: ¿soy un mero resultado del contexto o realmente soy el producto de mi voluntad?
Cuando pienso en el individuo que soy y me imagino en la dinastía Ming, viviendo en el Siglo 15 en el pueblo de Nankín como agricultor, o cuando me imagino en el Valle de Mexico en el Siglo 14 viviendo en Texcoco y adorando a Huitzilopochtli, se me escapa por completo la noción de mí: mi individualidad a la que me aferro -por creerla fruto de mi libertad- se me desaparece de las manos.
Pero cuando pienso en dos pintores: Velázquez y Goya; ambos pintores cortesanos con la obligación de pintar a la familia real en turno, y contemplo sus obras y descubro en ellas, más allá de los motivos encargados, sus estilos personalísimos y hasta el sello de soberbia e ironía que se permitieron, pues Goya pinta al Príncipe heredero parecidísimo a Manuel de Godoy (simple Primer Ministro) y al Rey Carlos IV con cara de imbécil; y a Velázquez no reducido a retratar a la Infanta Margarita, sino ampliando el espacio del cuadro para que el espectador quede incluido, entonces pienso que es posible que la libertad sí exista. Y que somos nosotros quienes nos formamos o, al menos, que esa autoformación es posible.