Somos la sociedad del miedo perenne. Ponchado el empeño para vivir en paz
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Para que el miedo perdure según el tiempo que quieran los grupos criminales, la dispersión de puntas de acero que afectan los neumáticos de automóviles expandió la psicopatía de la violencia desde un punto del sector Tres Ríos de Culiacán hacia el resto de la ciudad, precisamente cuando desvanece el impacto de aquella jornada de guerra que echó a perder la incipiente paz lograda en Sinaloa con la reducción de homicidios dolosos. Cuando la percepción de seguridad procedía a inflarse, aparecen los “ponchallantas” y la deshinchan.
Lejos de pretender conocer qué beneficio obtuvo la delincuencia al regar esos artefactos de fácil fabricación en la muy transitada vialidad, el análisis se centra en la sensación de pavor que continúa arraigada en los culiacanenses, sobre todo en jóvenes que a esa hora asisten a los establecimientos situados por el bulevar Enrique Sánchez Alonso en el tramo comprendido entre el puente Juan de Dios Bátiz y la rúa Universitarios.
Muchos estaban allí, circulando o en el interior de restaurantes y bares, tratando de llevar sus vidas a la normalidad que les sea posible en un territorio de permanente amedrentamiento. Otros atendían las reglas no escritas del toque de queda hogareño, a unos pasos de las cuatro paredes más seguras de la casa, descifrando la zozobra del estallido de fuegos pirotécnicos, chirriar de ruedas forzadas por los cafres, fake news espeluznantes o el comentario amenazante que nunca falta quién lo haga.
Llevamos los temores a donde vayamos como único instinto de sobrevivencia que no es precisamente amigable pues nos coloca a la defensiva de todo y todos, porque dejar de checar las redes sociales, omitir el vistazo a los portales noticiosos, o ignorar a cibernautas de los malos augurios es motivo de sosiegos o de crisis nerviosas, si no es que cuestión de salvarse o perecer ante realidades con el disfraz de ocurrencias trending topic.
Y la secuencia intranquila no toma siestas, por si acaso quedara alguna duda del nivel de pánico que persiste en la gente. En la mañana del día siguiente fue reeditada la zozobra al divulgarse la versión de la colocación de un bidón con líquido desconocido en el perímetro de las calles Mario López Valdez y Lola Beltrán, próximo al Colegio Sinaloa, alerta que movilizó a instituciones de Policía y rescate que acudieron a los protocolos de manejo de sustancias tóxicas.
El sentido común indica que la intención, provenga o no de los mismos que perpetraron hace veinte días el “Culiacanazo 2.0”, es la de intimidar a todo aquel que se diga seguro o cale la pax narca en algún lugar urbano confiado en la promesa gubernamental de la no repetición. En dirección contraria, los que diseminan el miedo son tercos en implantar la idea de que confiar en la pacificación es vivir en el error puesto que la saga de los “Jueves negros” continúa a través de la táctica para acobardar.
Ahora quieren someternos al miedo sin que sea necesario escuchar balaceras ni estar sitiados por los grupos criminales, aunque sí acorralados entre esos lapsos de incertidumbre que atormentan en tanto sabemos si los ponchallantas o los bidones con líquidos sospechosos anuncian nuevos episodios de violencia incontrolada. Traemos a flor de piel la agitación propia de nadie saber si amaneceremos a salvo de los sicarios del narco.
Falta, sin duda, mayor intervención gubernamental oportuna que detenga la sicosis de guerra antes de que penetre el tejido social y lo desquicie. Un mecanismo de información inmediata que indique el riesgo en cuanto éste asome, el nivel de peligrosidad y el protocolo a implementar ganándole a la información difusa y perturbadora que está llegando en vivo con el único mérito de la oportunidad, pero carente de elementos de interpretación y reacción. Proveer al instante de datos fiables detendría la desesperación que corre como el fuego en pólvora esparcida.
Es que, si así vamos a vivir en Culiacán o en el resto de las zonas urbanas y rurales, al menos que se disponga de herramientas de vigilancia y notificación oficial pronta que delimite el área de peligro, la califique en cuanto al grado de amenaza para la población civil, y serene o prevenga a los sinaloenses evitando que la confusión se transforme en el problema más grave incluso que el evento que ocasiona el azoro público.
Por ejemplo, el lunes el Secretario de Seguridad Pública, Cristóbal Castañeda, publicó en su cuenta de Twitter a las 20:20 horas la información de los “ponchallantas” con el aviso a los automovilistas de que evitaran circular por la zona, siendo esto un perfectible acto de pertinencia comunicativa al que le falta el elemento tranquilizador. “Bajo control el resto de Culiacán”, debió precisar.
Puede hacerse con las cámaras de videovigilancia (¿las hay o son de parapeto?) monitoreadas permanentemente por expertos en manejo de crisis, la sectorización de la seguridad pública que logre la mayor proximidad posible a los puntos en que ocurran hechos delictivos, falsas alarmas u otras circunstancias de alto impacto, acudiendo a medios de comunicación que difundan lo que está verificado en vez de aquello que en el fragor de las primicias resulta inexacto.
Desde el pavor colectivo,
Que se atora en las gargantas,
Va el acuse de recibo,
Del intimidante ponchallantas.
Podría excusarse el Secretario de Turismo, Luis Guillermo Benítez Torres, argumentando que comparecerá ante el Congreso del Estado, en su turno de glosa del Primer Informe del Gobernador Rubén Rocha Moya, hasta que sea resuelta la carpeta de investigación que le abrió la Fiscalía General de Sinaloa por delitos cometidos mientras se desempeñó como Alcalde de Mazatlán. En caso de que “El Químico” acuda hoy al llamado de la Asamblea popular, y el Poder Legislativo lo reciba, compareciente y anfitrión mancharán la trascendental función del parlamentarismo.