Un absoluto genio gringo dice que la carestía de gasolina se anula fácilmente sustituyendo los autos y camiones actuales por vehículos eléctricos. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Podemos acabar de un plumazo con la escasez de vivienda: ¡simplemente compremos casas nuevas y ya! No, si esa idea es genial: sustituir lo viejo y sucio, por objetos flamantes y funcionales. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Simplemente hay que desembolsar unos 80 mil dólares por cada carro nuevo, y medio millón de dólares por una casa nueva, solamente en EU. Pelillos a la mar. ¡Problemas resueltos! Miserables $16,000,000,000,000 dólares y listo: ya no hay problema de transporte. Míseros $12,500,000,000,000,000,000,000 dólares y listo: ya no hay problema de vivienda. ¡Vaya si es fácil!
Yo no era claustrofóbico hasta el año 2001, cuando tenía 53 años. Bueno, no era claustrofóbico o quizá lo era un poquito, pero no me daba cuenta. En el verano de ese año me hicieron una resonancia magnética y yo pasé la prueba aceptablemente. El término no le hace justicia. Una resonancia magnética es oooootra tortura médica a las que esta ocupación es tan adicta (en todas sus variantes, la práctica médica trata a tu cuerpo como un fiambre manipulable, indigno de toda consideración humana), y que involucra meterte bien atado durante 40 minutos en un capullo metálico estrecho, ruidoso y lleno de estallidos lumínicos (una tortura que mi valiente prima Lourdes soportó durante hora y media, mientras los operadores del maldito aparatejo trataban de hacerlo moverse y sacar a ella de ahí).
Esa resonancia reveló un meningioma (dizque benigno pero igual te mata) en la tienda del cerebelo (igualito y a la misma edad que Mary Shelley, la escritora de Frankenstein, solo que siglo y medio después). En consecuencia, me operaron de inmediato abriéndome la cabeza. Dos días antes el cirujano, contra la hidrocefalia que me tiraba en el suelo y me estaba matando, me colocó una válvula desde el cráneo hasta el peritoneo, de forma subcutánea (esto sí me dolió y me dejó el pecho ardiendo). Tras esas dos cirugías tuve que volver a aprender a andar y a hablar. Eso me llevó meses. Después entré en ooootro capullo resonante en busca de remanentes del tumor. Entré amarrado en el capullo como si nada... y de pronto me invadió el pánico. Acaba de entrar en ese horrendo capullo cuando empecé a dar de gritos. Me sacaron, me desataron y yo salí corriendo por el pasillo del hospital, con las nalgas al aire (sólo traía puesta esa batita pioresnada que te ponen nomás para no dejar). Fue entonces cuando descubrí que ya era claustrofóbico. Como resultado me salté esa molesta etapa y 17 años más tarde, en 2018, sufrí de nuevo vértigos incontrolables y tuve que someterme de nuevo al bisturí y luego a la radiocirugía en 2019 (el tumor era incluso mayor que el original). En el ínterim descubrí que se puede pasar sedado (ergo inconsciente) la prueba sádica de la resonancia.
Una amiga nuestra acaba de volver de un viaje a Dubai, Abu-Dabi y Egipto. Entre las muchas cosas que nos cuenta, esta me pareció especialmente curiosa. Se trata de una carrera de camellos que ella vio en Abu-Dabi, hace unos pocos días. Igual que los caballos, los camellos necesitan estímulo para correr y seguir cierta dirección. Esta es la función de las espuelas y los fuetes en las manos de jinetes o jockeys. Lo curioso es que en estas carreras de camellos los jinetes de carne y hueso estaban sustituidos por una especie de robots (pequeños adminículos tipo mochilas compactas) que, amarrados a la joroba de cada camello, estimulaban a los mamíferos con nalgadas constantes, controlados por sus respectivos dueños que iban junto a ellos en sendas camionetas veloces. La tecnología al servicio de la tradición.
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