El drama que está viviendo Sinaloa con más de dos meses en los que diariamente se informa de seis, ocho y hasta 13 asesinados en la guerra entre criminales del escindido Cártel de Sinaloa, guerra provocada por la “traición” del grupo de “los Chapitos”, encabezados por Joaquín Guzmán López, quienes capturaron a Ismael “El Mayo” Zambada, lo secuestraron, y lo entregaron a las autoridades de la DEA de Estados Unidos, con lo cual se inició una guerra sin cuartel en la que en dos meses se registran más de 500 homicidios hasta el 30 de noviembre, según el diario Noroeste, y más de 500 privaciones de la libertad, (secuestros, pues) según el mismo Noroeste del 22 de noviembre; todo ello más lo que se acumule, pues este jueves 5 de diciembre al escribir esta columna se informa de 13 muertos, el martes 9 y el miércoles 11 más. El mes será el noviembre más violento en la historia de Sinaloa con 176 crímenes.
Esta es una historia real del terrible problema en que está “hundido” el estado y no el panorama que presenta el Gobernador Rocha Moya convocando e invocando a los ciudadanos a salir con confianza, que “no es para tanto”, pues hasta el ex Presidente AMLO declaró antes de irse, que “la violencia en Sinaloa no es asunto mayor” y culpó a Estados Unidos de esa violencia por haber participado en el secuestro de “El Mayo” Zambada. El Secretario de Seguridad García Harfuch finalmente reconoció el jueves que “pacificar Sinaloa no será de la noche a la mañana”.
Esta columna se refiere a la verdadera tragedia familiar y social de los sinaloenses, porque cada asesinado es un padre de familia, o un hijo con papá y mamá que lo lloran, o bien es hermano en la familia; igualmente, las mujeres asesinadas, son madres, hijas o hermanas, sobrinas o tías en una familia. ¿Cuántas viudas está dejando esta tragedia?, ¿cuántos huérfanos de padre o madre están quedando en los hogares sinaloenses?, ¿cuántas familias a las que les faltará el sustento del papá, la mamá o el hermano? y que ahora pasarán a formar parte de los que piden en la calle, o peor aún, quienes, al encontrarse abandonados se integran a alguna de las bandas ya sea como “halcones”, “punteros” o sicarios, para subsistir.
La tragedia es tal vez mayor en el caso de las familias con alguno de sus miembros en calidad de “desaparecidos” o secuestrados, sin saber si viven o ya están muertos en algún lugar inhóspito y oculto; ya se vé como “normal” saber de madres con hijos o esposos desaparecidos buscando en el monte o en baldíos restos de personas, que por cierto, sí encuentran restos que luego no pueden identificar por falta de tecnología y de un auténtico registro de identificación personal de la autoridad, con lo que esos restos pasen al “archivo” de “nunca jamás se sabrá” de quién son.
Habría que agregar las miles de personas desalojadas de sus casas en las poblaciones o rancherías de los municipios afectados; muchos recalan a las ciudades, en donde no están más seguros que en su lugar de origen; e igualmente los miles de desplazados que “emigran” a otros estados o al extranjero.
Agréguese a este desastre el aspecto del costo económico: en primer lugar, los asesinados están en la “flor de la edad” de trabajar y súmese a los que les han incendiado sus negocios o arrebatado su medio de transporte (hasta el 30 de noviembre se habían reportado mil 421 vehículos robados, 17 diarios) o bien han tenido que cerrar su negocio por “andar huyendo”, ante la falta de seguridad o porque los clientes ya no consumen; es el drama de sinaloenses contra sinaloenses.
La autoridad, el gobierno, no ha sabido o no ha podido, o lo que es peor, pareciera que no ha querido atender con eficacia el problema de la inseguridad en Sinaloa y la prueba la aportó el General Francisco Leana Ojeda, Comandante de la Tercera Región Militar, cuando declaró que “la violencia en Sinaloa depende de los grupos criminales, cuando dejen de confrontarse”, que “no depende de nosotros” y tiene razón, pues las autoridades militares y civiles no saben cuántos son, ni dónde están y mucho menos dónde actuarán los criminales.
Toda esta tragedia en vidas, desapariciones, secuestros, extorsiones, se dan en total impunidad, pues las capturas de las autoridades han sido mínimas y las investigaciones y logros han sido tan pocos que los sinaloenses han perdido la confianza en los gobernantes y aunque durante el día se está trabajando, en cuanto oscurece se encierran en sus casas, rogando a Dios no ser una más de las “víctimas colaterales”.