México excepcional y para mal. México aletargado, varado, paralizado mientras muchos países corren detrás del coronavirus, viendo cómo protegerse de la devastación sanitaria y económica que conllevará. Gobierno tras gobierno anuncian medidas para proteger a las empresas y a los trabajadores, para paliar los peores efectos de la recesión en puerta, para canalizar recursos crecientes a sectores vulnerables. El neoliberalismo es reemplazado por el keynesianismo; el Estado minimalista por el Estado intervencionista. La protección de la planta laboral se vuelve más importante que el mantenimiento de la disciplina fiscal. Pero en México, AMLO insiste en no endeudar, no rescatar, no actuar. Su gobierno se asemeja a quienes, antes de chocar con el iceberg, se abocaban a reacomodar las sillas a bordo del Titanic.
La economía mexicana ya iba en ruta de colisión por decisiones equivocadas que corroyeron la confianza, desalentaron la inversión, ahuyentaron a los inversionistas golpearon a las pequeñas y medianas empresas, produjeron subejercicios presupuestales y un adelgazamiento del Estado cuando más lo necesitamos. La crisis del coronavirus abre boquetes en una nave que ya tenía problemas por la obcecación del capitán y el dogmatismo de su tripulación. Ahora, con el desplome de los precios del petróleo, las presiones sobre el peso, la retirada de las inversión extranjera ante la perspectiva negativa de las calificadoras, los errores del pasado pueden volverse exponenciales en el futuro.
El gobierno lopezobradorista no parece comprender la importancia de diseñar salvavidas para que millones de mexicanos puedan sobrevivir. Lo único anunciado hasta el momento ha sido la ampliación de las pensiones para adultos mayores y algunas acciones aplaudibles del Infonavit. Ante la emergencia no hay cabida para la estulticia. Ante un reto descomunal no hay lugar para la descalificación de propuestas de sentido común, porque supuestamente provienen de la cofradía de “los conservadores”. Urge corregir, urge rectificar, urge actuar. Mirar lo que se está haciendo bien en otras latitudes y emularlo. Urge sonar la campana para que quien comanda el buque comprenda los costos de la colisión, si no cambia el rumbo.
Con políticas contracíclicas que AMLO desdeña pero la crisis amerita. Políticas fiscales para disminuir la carga de las pymes. Inyecciones de liquidez y transferencias masivas para alentar el consumo y la demanda. Ingreso básico asegurado de forma temporal para los más vulnerables. Créditos disponibles para quienes lo necesiten, en condiciones poco onerosas. Decisiones para apoyar al sector servicios, al turismo, el sector manufacturero, el sector informal, el sector exportador. El Estado tiene la responsabilidad de crear redes de protección para quienes serán arrojados al agua. El Estado tiene la oportunidad de convertirse en el “comprador de último recurso”, adquiriendo los productos y servicios que las empresas no puedan vender, como lo sugieren los economistas de izquierda Saez y Zucman, y como lo detalla Jorge Andrés Castañeda Morales en el estudio “Coronavirus: un plan frente al despeñadero económico”.
Así se protegería a los empleadores y a los empleados. Así no habría tantas empresas cerradas y trabajadores despedidos. Así habría menos bancarrotas y las pérdidas que traen consigo. Así evitaríamos el contagio al sector financiero que podría detonar una crisis sistémica, de la cual Trump no querría rescatarnos. El Estado necesita ponerse a gastar, a gastar bien, y a gastar responsable y velozmente. Necesita cancelar Dos Bocas y repensar la inversión pública en infraestructura, buscando que sea un detonante real y no sólo un capricho presidencial.
Para el iceberg que México tiene delante no bastará con que el Banco de México baje las tasas de interés, porque la razón real detrás de la desinversión es la desconfianza. No bastará con que el SAT demande el pago puntual de los impuestos, porque la recaudación se desfondará en el corto plazo por la inactividad económica. No bastará que el Presidente ponga videos en Facebook y Twitter argumentando que la familia nos salvará, porque se requieren políticas públicas de gran envergadura y no sólo exhortos morales de poco impacto práctico. El gobierno no puede darse el lujo de reacomodar las sillas del Titanic. Debe impedir que la nave choque y se hunda
@DeniseDresserG