La marcha del domingo tiene muchas lecturas. Casi todas positivas.
Además de la esperanza y el entusiasmo que levantó, la primera lectura es que no fue una “marcha en contra de ...”, sino en “favor de ...”. No fue en contra del actual gobierno ni en contra del Presidente. Las poquísimas voces de los asistentes que querían corear consignas contra López Obrador eran acalladas de inmediato para sustituirlas por “A eso vine, a defender al INE”. No es poca cosa en el ambiente de polarización creado por el propio Presidente y los insultos que ha proferido en contra de quienes no comulgan con sus ideas.
El orador único, Woldenberg, captó perfectamente el propósito de la manifestación: “...defendemos un sistema electoral que nos cobija a todos y que permite la coexistencia de la diversidad y la substitución de los gobiernos por vías pacíficas y participativas”. Ni más ni menos. No cerró la posibilidad de mejorar el sistema electoral y perfeccionar la democracia. Al contrario, llamó a hacerlo con el concurso de todas las fuerzas políticas y sociales tal y como se hizo en las ocho reformas entre 1977 y 2014. Lo dijo con todas sus letras: somos una democracia germinal, “no llegamos a una estación final, tampoco al paraíso”.
Cuando se grita “El INE no se toca”, nadie entiende que no hay espacio para perfeccionar la competencia y la representación. Se entiende que el INE las hace posibles. Que queremos que el INE siga haciendo efectivo el derecho al voto porque tiene independencia y autonomía de los gobiernos que buscan inclinar la balanza para quedarse en el poder.
La segunda es la singularidad de que se marchó en favor de una institución. Esa que es el INE y que recibe, con datos del propio líder del partido en el poder, más del 75 por ciento del apoyo ciudadano. Esa que identifica confiable y oficialmente a todos los mexicanos, que moviliza a más de 1.4 millones de ciudadanos para organizar elecciones, que garantiza que tu voto cuente y se cuente. Esa que no se ha dejado capturar y que ha hecho posible la alternancia entre tres fuerzas políticas distintas -tan sólo a nivel federal- del año 2000 al 2018. La marcha fue para impedir que este o cualquier gobierno en el futuro se vuelva a apropiar de las elecciones y vuelva a ser el Gran Elector.
La tercera lectura es la gran respuesta a la convocatoria ciudadana. Hubiesen tenido el derecho a hacerlo, pero no fueron los partidos los que convocaron, ni sus militantes los que marcharon masivamente. No hubo acarreados de las estructuras de movilización de los partidos. Asistimos cientos de miles sin consigna partidaria. Y sí, la mayoría de los que estuvimos ahí éramos aspiracionistas que, para mí como para muchos, es un adjetivo halagador. Tal y como lo explicó un joven en TikTok (José Luis Berumen) el aspiracionista es “quien tiene sueños y metas y pone todo su empeño y trabajo para cumplirlos”.
Qué paradoja. López Obrador es el primer aspiracionista de la nación. No hay quien retrate mejor a un aspiracionista que quien anheló durante más de 20 años la Presidencia hasta que lo logró. Y lo hizo gracias a ese sistema electoral y a ese INE que hoy denuesta y que hizo valer la voluntad popular.
Pero quizá lo mejor de la marcha es que quedó conjurado -espero no equivocarme- el peligro de una reforma constitucional que destruya al INE, que le eleva el listón a la Oposición y que mejora la probabilidad de que la alianza de los partidos de Oposición acabe de forjarse.
La parte negativa de la lectura de la marcha fue la reacción del Presidente. Absurdamente -solo por unos minutos- pensé que la marcha podría tener algún eco y sería la oportunidad de decir: estoy dispuesto a escuchar, sentémonos a la mesa todas las fuerzas políticas y construyamos una mejor democracia. Obvio no. El lunes en la Mañanera volvió a arriar sus banderas contra todos los que marchamos, el INE, su presidente, Woldenberg y todos los que queremos defender que el ciudadano y no el gobierno sea el gran elector. Volvió a endilgarnos los adjetivos de siempre y su postura fue la de siempre: los que asistieron a la marcha lo hicieron en favor de los privilegios, de la corrupción, del racismo, del clasismo y de la discriminación.
Su monólogo del lunes y su remate del martes diciendo que alista un Plan B es la confesión de su derrota de su propuesta electoral: salvar su reforma a través de modificar las leyes secundarias. Lástima. La única manera de lograr sus propósitos sería inconstitucional. Los pilares de la autonomía e independencia del INE están, por fortuna, en la Constitución.
No canto victoria, López Obrador no cejará en su intento de dañarlo por la vía presupuestal, la de manchar su reputación a base de mentiras y la de la selección de los cuatro consejeros en el 2023.
Los ciudadanos tampoco cejaremos en nuestra defensa del INE y de la democracia. El domingo demostramos que sí se puede.