Si se le retuercen las tripas...

    Si de veras López Obrador está desmadrando el país, ¿por qué no acabar de una buena vez con la destrucción? Si más del 40 por ciento del padrón sale a las urnas, la elección sería vinculante y, con ello, aquél no tendría más remedio que hacer sus maletas, salir de Palacio y terminar sus días meciéndose en una de las muchas hamacas que cuelgan en su rancho.

    La RAE define la palabra impune lacónicamente: “Que queda sin castigo”. Impunidad la concreta peor: “Cualidad de impune”.

    Wikipedia hace un trabajo un poquito mejor. Ahí se dice que impunidad es: “una excepción de castigo o escape de la sanción que implica una falta o delito”.

    Desconozco cuáles fueron las razones de la RAE y Wikipedia para dedicarle unas palabras tan escuetas a un fenómeno tan complejo, vigente y pernicioso, especialmente en lo que tiene que ver con nuestra vida y dinámica democrática. Me explico.

    A decir de la organización civil Impunidad Cero, el 99 por ciento de los delitos que se cometen en México quedan impunes, es decir, sin castigo. De ahí que quien tenga como suyo el oficio de malandrín, siempre llevará las de ganar. Hay que tener muy mala pata, ser el estúpido que no fue admitido en el concurso de imbecilidad o no tener un peso en que caerse muerto, para lograr ser parte del uno por ciento que purgará tras las rejas la condena que le hará pagar su delito.

    Entre otras cifras de horror que presenta la Organización, vale destacar la que habla del trabajo de las fiscalías: ninguna tiene una probabilidad mayor al tres por ciento de poder esclarecer los delitos que se denuncian ante ella. Este hecho da a los malandrines la certeza de que será rarísimo que les puedan armar el expediente requerido para ponerles presos. La misma cifra desanima a las víctimas, quienes, las más de las veces, se resisten a denunciar el atraco sufrido, porque saben que su denuncia se perderá en la maraña infinita de la burocracia con las que operan comandancias policíacas y ministerios públicos.

    Así pues, por cada delito impune siempre habrá una víctima revictimizada. Víctima de quien le atracó y víctima de la autoridad que por su incapacidad, desinterés o ser parte de las muchas tramas de corrupción, le niega el derecho y posibilidad de resarcir el daño de la que fue objeto. Ejemplos sobran por montones. Los hay simples y verdaderamente complejos: vagos de esquina que durante años y años pintarrajean escuelas públicas, y cualquier cosa que se les atraviese, sin que la policía se tome la molestia de llamarles tan siquiera la atención; tiradores de droga que han consolidado su punto de venta con el paso de las décadas, donde administraciones públicas van y vienen, y su negocio continúa viento en popa hasta que llega el bando contrario para pelear y hacerse de la plaza. Lo que se desprenda de dicho ajuste de cuentas también quedará impune.

    Y, justamente, por el profundo hartazgo de nuestra sociedad, es que buena parte de ella abrazó la oferta de López Obrador durante las casi dos décadas que duró su campaña. Acabar con la corrupción y la impunidad era una oferta que la ciudadanía no podía ni quería dejar pasar.

    Son innumerables los momentos en los que AMLO arengó a multitudes de convencidos y acarreados, para sumarse a su cruzada en contra de la corrupción y la impunidad. “Acabaremos con la impunidad -decía aparentemente convencido el entonces candidato-; le pondremos fin a la corrupción”. De mil y un maneras la lucha contra la impunidad fue expresada enardecidamente.

    Millones de personas -yo entre ellos- que bajo otras circunstancias jamás hubiesen votado por AMLO, lo hicieron porque estaban hasta la coronilla de ver cómo nuestros recursos públicos se drenaban en trapicheos que terminaban por enriquecer a esa grosera panda de politicuchos de pacotilla que, cínicamente, se hinchaban los bolsillos a costillas nuestras. Había que ponerle fin a ese mal; extirparlo con la misma urgencia con que se debe extraer un tumor canceroso.

    Entre otras cosas, pero básicamente por la lucha frontal contra la corrupción y la impunidad, fue que en el tercer intento López Obrador pudo investirse como Presidente. Sin duda, la tenacidad siempre premia.

    AMLO disponía de un sexenio para llevar a puerto todos sus sueños, planes y afanes. Con todo, seis años son poco tiempo para poder solucionar los muchos problemas estructurales que forman parte de la herencia del pasado, y atender los que se recrudecieron y comenzaron a gestar durante el periodo de transición.

    Quizá por esta razón es que llama tanto la atención su terca insistencia en que la ciudadanía vaya a las urnas a decidir si continúa o se va. “El pueblo pone y el pueblo quita -dice fervorosamente, cada vez que puede, López Obrador-”. El exhorto, como era de esperar, generó una gran sorpresa, la cual muy pronto mutó en incredulidad, para acabar en una certeza: ante los muchos desatinos, tropiezos, incongruencia y falta de resultados concretos, no le queda más remedio que fortalecer su constante campaña política para crear el escenario que le permita a Morena vencer en las elecciones de 2024.

    Su apuesta conlleva un riesgo, hasta cierto punto, calculado. Si los desencantados por la gestión de la 4T vencieran sus prejuicios, pereza, hastío y pusieran en suspenso la rumorología -o, dicho en otras palabras, se informaran un poco más-, saldrían en masa a las urnas para echar a López Obrador de su Palacio.

    Si de veras López Obrador está desmadrando el país, ¿por qué no acabar de una buena vez con la destrucción? Si más del 40 por ciento del padrón sale a las urnas, la elección sería vinculante y, con ello, aquél no tendría más remedio que hacer sus maletas, salir de Palacio y terminar sus días meciéndose en una de las muchas hamacas que cuelgan en su rancho.

    Por eso, si a usted se le retuercen las tripas al escuchar tanta necedad en esa vocecita cansona que resuena día tras día en las mañaneras, si usted siente que le hierve la sangre de ver cómo el titular de la Segob, violando la ley, utiliza aviones militares para ir a hacer campaña en favor de la ratificación de mandato, si le dieron ganas de vomitar después de ver la movilización promovida por Claudia Sheinbaum y Martí Batres, si se le subió la presión después de ver el peso que tienen las y los ministros del Presidente en resoluciones como la de la reforma energética, si usted no da crédito de que no suceda nada ante situaciones como las de la casa gris, las muertes innecesarias en la pandemia, la desaparición de programas que garantizan ciertos derechos humanos, la opacidad con la que se están levantando las obras faraónicas presidenciales, si usted tiembla de miedo al ver a los militares administrando vacunas, aduanas, puertos, aeropuertos, construyendo estaciones de trenes, refinerías, carreteras, patrullando las calles, si usted vibra bajo con todo esto, ¿por qué no va y vota para que de una vez se vaya el Presidente?

    Si no lo hace, si usted desaprovecha la oportunidad, por favor, durante los próximos tres años no se queje, no chille, ni despotrique contra AMLO y su 4T, porque hoy la posibilidad está abierta.

    Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿qué compromisos básicos implica el ejercicio ciudadano? ¿Podemos tener el gobierno que queremos si no participamos cuando es posible hacerlo? ¿En este ejercicio para la ratificación o revocación de mandato -como usted guste llamarle-, se informó en fuentes serias o se conformó con todo lo que circula en las redes?