El tenor Pedro Vargas, al terminar cada canción que interpretaba, repetía su consabida frase: “muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido”.
No expresaba solamente una vez su agradecimiento al público que aplaudía su actuación, sino que lo enfatizaba con la cortés y comedida fórmula trinitaria. Ésa debe ser también la actitud que adoptemos cotidianamente.
El ser agradecido habla muy bien de cada persona; pues, de entrada, manifiesta que no se encierra en el castillo de su soberbia, arrogancia u orgullo, sino que se mantiene humilde, sencilla, receptiva y abierta.
¿Qué tenemos que agradecer diariamente? Para empezar, el haber amanecido a un día más, pero tratemos de enumerar todos los favores que recibimos durante la jornada, todas las personas que encontramos y nos brindan una sonrisa o nos proporcionan algún servicio.
Por ejemplo, ¿somos conscientes de todas las personas que colaboran para tener alimentos en la mesa?, ¿cuántas participan para que podamos desplazarnos a la escuela o trabajo?, ¿cuántas manos intervienen para que contemos con ropa para vestirnos, zapatos para calzarnos y perfumes, lociones o maquillaje para ayudar en nuestra buena presentación?
¿Agradecemos al creador el tener brazos y piernas, pan en la mesa, familia, padres, hermanos, hijos, abuelos, tíos, primos, sobrinos, nietos, amigos, trabajo, salud, enfermeras y médicos, maestros, agricultores, comerciantes, autoridades, servidores públicos, ministros religiosos, albañiles, electricistas, personal de limpieza, etc.?
La escritora Delphine de Vigan, autora del libro “Las gratitudes”, expresó en una entrevista para el diario El País: “No sé cuántas veces al día decimos gracias, pero ¿es una convención social o sabemos realmente agradecer a la gente que tiene un papel importante en nuestra vida? No es tan sencillo, porque dar las gracias es aceptar la idea de que somos vulnerables, que tenemos necesidad del otro, y eso no es fácil”.
¿Soy agradecido?