En el libro de Mateo, capítulo 24, se nos dice que “Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo”.
Eclipse total, cometa con cara de diablo, tormenta solar con auroras boreales hasta en Los Mochis, ¿señales de un cambio que viene?
Solo falta la estrella de siete colas que vieron los aztecas. Hasta los apagones en el peor momento para el Sr. Presidente hacen revivir las profecías apocalípticas de que seríamos como Cuba y Venezuela, justo en plenas elecciones.
Pero no hay que ser tan egocéntricos y pensar en el tlatoani en turno. La escala global ahí palpita. Me acuerdo del cometa Yakutake que lució impresionante poco antes del año 2000 y el Shoemaker-Levy que se estampó contra Júpiter y alguien me dijo que fueron avisos celestes de los avionazos del 11 de septiembre.
Recuerdo que por esa época vi una aurora boreal en Canadá entre incendios forestales y volando de Toronto a Calgary luego, de los apagones que desquiciaron Canadá y parte de Estados Unidos, especialmente en sus aeropuertos. Volé junto a una joven que había estado cinco días varada y acampando en LaGuardia.
Ya sabemos, los que tenemos un pensamiento racional científico, que estas circunstancias no tienen nada que ver con la sociedad, pero tantas coincidencias invitan a la reflexión. Todo pensamiento ya es mágico de origen.
A veces hay hermosas coincidencias que el difusor de las ciencias Carl Sagan llamaba paradojas. Yo no sólo vi la serie “Cosmos” narrada por él en mi adolescencia, sino que también leí completo el libro; aunque esto fue muchos años después, cuando ya era un profesionista capaz de dilapidar su sueldo en libros a color de gran formato.
En ese libro leí algo más que interesante: los estudiosos contemporáneos sobre el Sol habían descubierto que, comparándolo con otras estrellas similares en cuanto a su tamaño y edad y, aplicando los métodos y modelos más recientes, revelaban que el sol nuestro de cada día no estaba bien.
Algo pasaba. La cantidad de neutrinos que libera es muy anormal, cotejándola contra otros astros similares. O sea que los aztecas no estaban tan equivocados cuando decían que el Sol podría morir, algo que otras culturas primitivas no pensaron.
De paso, aprovecharon para montar su teocracia bárbara en las guerras floridas y sacrificios humanos, todo para que Huitzilopochtli siguiese triunfando sobre su fiera hermana Coyolxauhqui.
Otro hallazgo científico, fascinante y que Carl Sagan no alcanzó a conocer y que mantiene profundos ecos mitológicos, es que se acaba de descubrir que Júpiter y Saturno, hace milenios giraban solitarios por el sistema solar, en una órbita cercana a la nuestra.
Y, antes de acomodarse en sus sitios actuales, de paso fueron destruyendo asteroides y limpiando la zona de confort en la cual vivimos, ya que la tierra está en un área despejada, que no es ni muy caliente ni muy fría y permite la vida como la conocemos.
Y esa coincidencia nos hace pensar en los mitos griegos. Júpiter y Saturno fueron los primeros dioses e incluso Júpiter mató a su padre Saturno. Pues hay evidencias de que en su momento Júpiter impulsó a Saturno donde está ahorita.
Saturno devoraba a sus hijos; en un impresionante cuadro de Goya lo vemos masticando a uno de ellos. ¿Será esto un simbolismo de que el gran planeta de los anillos antes estuvo destruyendo los planetas pequeños que nos estorbaban para que viviéramos hoy en paz?
Los fabricantes de paradojas, exitosos en tiempos de crisis y miedo humano, pueden afirmar que ese conocimiento del Sol, Saturno y Júpiter como padres del sistema solar, habría sido revelado a nuestros antiguos pobladores de la tierra por inteligencias extraterrestres.
Lo curioso es que no hemos encontrado en ningún templo, maya, egipcio o chino, algún objeto, cuya composición atómica nos revele que sea de otro planeta.
El día que encontremos, abajo de una cabeza olmeca, una espada de titanio entonces podremos rompernos nuestra propia cabeza.
La joya más preciada en la tumba de Tutankamón era un puñal hecho con hierro puro sacado de un meteorito. Los egipcios no dominaban la metalurgia, y por eso fueron destruidos por los olvidados y rústicos hititas que ninguna pirámide dejaron.
¿Y cómo los mayas predijeron eclipses y tenían conocimiento estelares sorprendentes como los egipcios, quienes medían su año con la estrella Sirio? Resulta que todas las sociedades agrarias antiguas entendían eso, luego de miles de años de observación, de cómo los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas coincidía con los ciclos estacionales. Si no se fijaban, no comían o tenían que ir a la guerra con sus vecinos. La clave de la sobrevivencia de los egipcios fue predecir los cambios del río Nilo y almacenar grano para los tiempos de hambre.
La teoría, en el fondo racista, de que solo los extraterrestres educaron a los mayas, aztecas, incas y egipcios proviene del suizo Erich Von Daniken, muy leído en los setenta, quien nos convenció de que era imposible que los mexicanos del pasado conociéramos el cosmos sin telescopios.
Gracias a él, se difundió que la lápida de Palenque era de un astronauta, ya que esa figura semejante a un árbol de la vida con un hombre reposando, le recordaba a los ya desaparecidos cohetes Saturno, usuales en su tiempo para llegar a la Luna.
Hoy, un pseudoarqueólogo de infancia milenial no vería eso en un monolito maya. Estaría más al pendiente de confundir los puntos celestes con drones y los objetos sagrados con tablets o módems de internet. Jamás se imaginaría un fax o una videocasetera por que esos ya son objetos obsoletos que no conoció.
Las paradojas que se inventan con las pseudociencias están más ligadas a nuestros referentes inmediatos y aquellos que, nuestros medios y propios miedos, a veces nos quieren hacer creer.
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