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@vraldapa
Iniciamos la segunda década o finalizamos la primera del Siglo 21, es cuestión de enfoque. Lo cierto es que como es costumbre en el mundo occidental en donde seguimos el calendario gregoriano, cada inicio de año ponemos en la balanza nuestro inventario como sociedad y también en el plano personal, para clarificar nuevos propósitos y augurios de lo que habrá de acontecernos durante el resto del año. De igual forma calibramos aspiraciones diversas, al recapitular y ponderar prioridades en la escala de un destino en la que todos, a veces ingenuamente, pretender maniobrar o sortear en el yo y la circunstancia, como bien afirmara el filósofo español Ortega y Gasset. Vaya entonces para aquellos que amablemente me acompañan en lectura y opiniones el modesto esfuerzo de mis reflexiones cada semana. A todas y todos ustedes, mis mejores y más sinceros deseos de bienestar y salud en este año 2020.
Retomando entonces los temas que nos ocupan en este espacio de opinión, abordar el relacionado con la gestión del Presidente López Obrador es casi obligado; llama la atención que de acuerdo a encuestas realizadas por el periódico El Financiero, el Ejecutivo federal cerró el 2019 con un nivel de aprobación ciudadana de 72 por ciento, el más alto desde el pasado mes de abril, disminuyendo sus niveles de desaprobación y elevando su porcentaje de aprobación en aspectos como imagen de honestidad, liderazgo, combate a la corrupción y gestión en materia de economía, a pesar de que en el tema de seguridad pública, un 51 por ciento, desaprueba las acciones gubernamentales.
La percepción ciudadana del actual Presidente de México sigue siendo un fenómeno que difiere de la lógica política que se mantiene en el resto de los actores políticos del país. No obstante, hay que considerar que las simpatías y aparente “fe ciega” que profesan gran parte de los mexicanos hacia su liderazgo nacional, contrasta con las diversas observaciones que le atribuyen una personalidad absolutista y dogmática.
Sin embargo, es pertinente anotar que en el ejercicio del poder y su relación con los resultados en los gobiernos, se requiere de actos de autoridad, aunque en algunas decisiones y acciones controvertidas y mediáticas como su respaldo al titular de CFE, Manuel Bartlett y el nombramiento de Rosario Piedra en la CNDH, no han significado para la población elementos de juicio suficientes para generar desconfianza en su gestión.
Es innegable, que la gente cree y confía en López Obrador, muy a pesar de la oposición que, sumida todavía en la frustración, no alcanza a comprender su nueva realidad y condición política. No acepta, no quiere creer y en esa negación se atrinchera en la descalificación sin ofrecer un proyecto de nación alterno, mientras se mantienen a la vez en la espera del fracaso de la llamada Cuarta Transformación.
Por otra parte, en el escenario local y estatal, otra realidad se percibe de manera distinta que discrepa con la aprobación pública de López Obrador. El caso de Sinaloa es una muestra representativa puesto que tanto en las alcaldías de Morena, como en la representación en los poderes legislativos federal y estatal, los índices de confianza y aceptación varían con porcentajes a la baja, en tanto no han podido emparejarse al liderazgo y confianza que conserva y mantiene el Presidente de la República. Algunas de las razones más evidentes es que quienes se dicen representar a la 4T en Sinaloa, han actuado en su mayoría, bajo criterios sustentados en la inexperiencia, la arrogancia, el interés electoral y la mezquina negociación política.
Desde sus inicios, el gobierno de López Obrador ha planteado un cambio de régimen político, esbozando nuevos paradigmas para la transformación del país en lo político, en lo económico y en lo social. En cambio, sus aliados en Sinaloa, se han tropezado unos con otros en el intento de consolidarse como una clase política, generadora de un nuevo liderazgo, con la suficiente credibilidad que permita articular un proyecto de desarrollo social, político y económico alternativo, distinto a la visión neoliberal.
El 2020 será entonces un año que defina el futuro de la clase política en Sinaloa y sus partidos, nada está escrito, sin embargo, en las alianzas electorales se habrá de dibujar el verdadero rostro de sus protagonistas y su lugar en la historia de la Cuarta Transformación.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.