El Gobierno de México se encuentra frente a una encrucijada que no parecía contemplada en los escenarios de la 4T, pero desde los inicios del Gobierno de López Obrador ha estado presente. En este caso se trata de enfrentar un nuevo desafío ante el escenario migratorio no solo regional, sino en esta ocasión, incluso mundial, debido al desplazamiento forzado masivo que está ocurriendo y se prevé continuará los siguientes días y meses como consecuencia del triunfo de los talibanes en Afganistán. Dicha situación probablemente se vuelva una catástrofe humanitaria que se sumará a otras tantas crisis de refugiados que deambulan por el mundo en busca desesperada de protección internacional. México, en voz del Canciller Marcelo Ebrard, se adelantó a muchos otros países del continente al dar un mensaje de esperanza sobre todo a mujeres, niños, niñas y adolescentes, para que tramiten una solicitud de refugio y puedan venir a nuestro país. El mensaje se centra en estos grupos porque se consideran los más vulnerables frente a la práctica ortodoxa del Islam por parte de los talibanes que expresamente han anunciado restricciones draconianas para las mujeres y niñas.
El asunto es que este gesto, loable sin duda y consecuente con la nueva postura y liderazgo de México en el terreno internacional, puede acabar siendo más retórico que la instrumentación concreta de un puente humanitario, porque México ni siquiera tiene sede diplomática en Afganistán, y quienes consideren a México como opción de resguardo humanitario deben tramitar las visas y permisos necesarios en la Embajada de Irán y, en su caso, esperar la respuesta mexicana que implica largas horas y días de zozobra en un tiempo en que hasta los minutos cuentan para poder salir.
Esta situación se empalma a otra catástrofe. Hace tan solo unos días ocurrió un nuevo terremoto que devastó Haití, casi con la misma gravedad como el ocurrido en 2010. A la crisis generada por este terremoto se suma ahora el impacto de la tormenta “Grace” que incluso interrumpió las labores de rescate del sismo. Se trata de una nueva tragedia en Haití que no deja duda de las condiciones dramáticas que vive ese país donde, súmele, además, apenas hace un mes fue asesinado su Presidente, lo que generó una situación de inestabilidad política que por si misma ya generaba suficiente caos. A la luz de todos estos acontecimientos se entiende y se justifica plenamente en el marco del derecho internacional la búsqueda de refugio de miles de haitianos en cualquier otro lugar menos peligroso que su propio hogar.
El detalle es que a pesar de la tragedia que se vive en Haití, el Gobierno mexicano no se ha apresurado a dar la bienvenida humanitaria a los ciudadanos de esa isla, quienes empiezan a buscar rutas de salvación internacional, sumándose así a los miles de sus compatriotas que llevan varios meses cruzando el continente entero para llegar aquí. Desafortunadamente, este flujo tan desesperado como lo deben estar hoy miles de afganos esperanzados de poder migrar, lo que ha encontrado en México es una política instrumentada para retenerlos, en el mejor de los casos, desde la primera entrada territorial al país que es nuestra frontera sur.
Este escenario migratorio no deja de complicarse para México si se incluye el flujo de miles de centroamericanos y cubanos principalmente, tanto los que buscan expresamente refugio en México como los que pretenden solicitar asilo en Estados Unidos y que ahora están empezando a ser literalmente retornados de manera exprés bajo la normatividad estadounidense conocida como Titulo 42, que autoriza que miles de personas migrantes sean enviadas desde el sur de Texas, en Brownsville, a Tapachula, Chiapas, donde las propias autoridades mexicanas los deportan prácticamente de inmediato a suelo guatemalteco.
Desde una lógica pragmática queda claro que la política de contención migratoria mexicana se ha vuelto una extensión de la política interna de Estados Unidos que busca resolver la presión de la alta demanda de solicitudes de asilo rezagadas sobre todo desde la era Trump, pero también, que como país acabamos en medio del debate entre republicanos y demócratas sobre el control de su propia frontera y la necesidad de que México filtre el número de quienes tratan de llegar a ese país. El problema ahora es que el discurso sobre al refugio humanitario choca de frente con la política migratoria en práctica que se lleva a cabo día a día y que muchas veces se excede incluso respecto a lo que se plantea para contener, disuadir y excluir a los grupos que al final de cuentas, no están buscando un país donde vivir, sino simplemente un lugar donde sobrevivir.
En este escenario a México ya no le alcanza con evocar el refugio emblemático de miles de españoles republicanos de hace 80 años, ni la llegada del exilio desde Sudamérica hace 40. Se necesita, incluso reconociendo que dada la asimetría con Estados Unidos es necesario el pragmatismo, que en nuestro país se respeten normas, procedimientos y compromisos internacionales que van más allá de lo que se acuerda con Washington. Vaya, hasta para deportar, revisar documentación y sospechar de perfiles que se asumen “sospechosos” hay protocolos que se deben seguir. Esa es nuestra encrucijada inevitable.