Salvar
el mundo

    Abundan lamentos acerca de lo mal que va el mundo. Con nostalgia se recuerdan idílicos tiempos en que las personas mostraban una férrea armadura moral y actuaban con la inviolable convicción de hacer el bien, sin fatiga, molestia o desmayo, y con la hábil destreza de un experto cirujano.

    Es común escuchar innumerables letanías en boca de los adultos mayores, quienes, inundados de incontenible melancolía rememoran acciones y virtudes hoy completamente ausentes y extintas.

    Sin embargo, lo importante es actuar. No tiene sentido expresar solemnes elegías o endechas por el triste destino del mundo. Cada uno tenemos la capacidad de, si no rehacer el mundo, por lo menos evitar deshacerlo, como dijo Albert Camus en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura el 10 de diciembre de 1957:

    “Evidentemente cada generación se cree dedicada a rehacer el mundo. Sin embargo, la mía sabe que no lo rehará. Pero acaso su misión sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”.

    Bastan unos pocos justos anónimos para lograrlo, sentenció Borges: “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.

    ¿Ayudo a salvar al mundo?