Sinaloa continúa sin encontrar un lugar adecuado dentro de la compleja economía mundial. La principal aportación productiva del estado es en el ámbito de la agricultura y el turismo, dos actividades que se caracterizan por su escaso valor, y por una explotación intensiva de los recursos naturales.
El año pasado la agricultura sinaloense presentó un escenario desastroso, sobre todo en lo que se refiere al maíz. La escasez de agua, el incremento en el precio de los fertilizantes y la competencia con productores norteamericanos, ocasionaron el desplome de su valor comercial.
La mala gestión del turismo, por su parte, está provocando una profunda desigualdad en el acceso al territorio, el incrementó del valor de la vivienda, así como la saturación de servicios públicos, principalmente el drenaje, la recolección de basura y la movilidad urbana.
El horizonte para ambos sectores no va a mejorar en el futuro. El cambio climático tendrá un impacto devastador para la agricultura tradicional, sobre todo para aquellos productos altamente dependientes de un abundante suministro de agua.
El turismo y la pesca también se verán afectados por la inclemencias del tiempo. El aumento de las temperaturas del océano harán desaparecer o migrar muchas de las especies marinas de las que depende la industria gastronómica.
La voracidad con la que se destruyen y rellenan manglares para levantar edificios de mala calidad frente a la costa, y la proliferación de fraccionamientos amurallados que bloquean la circulación del agua, están haciendo que las ciudades se vuelvan muy vulnerables a los huracanes que serán cada vez más intensos.
Las estrategias implementadas hasta el momento por el Gobierno del Estado, han sido insuficientes y erróneas, principalmente porque los recursos federales fluyen hacia un modelo de desarrollo impuesto desde el centro del país, que parte de un imaginario de lo que se cree que Sinaloa debe ser, es decir, un estado con una insuperable vocación agrícola y turística.
México tuvo el año pasado un crecimiento económico importante. Las estimaciones indican que el incremento fue de entre un 3% y un 3.5% del PIB. Gran parte de ese progreso fue debido a la recuperación post covid, pero también producto del comercio y la inversión extranjera, y estuvo concentrado en regiones industriales del país que han sabido aprovechar la oportunidad de la relocalización de empresas internacionales.
La inestabilidad de la cadena de suministros, por los conflictos geopolíticos, junto con un acelerado proceso de revolución tecnológica, están cambiando el panorama económico mundial. Estamos en una etapa de incertidumbre, pero también de oportunidades de transformación.
Si hay un momento en el que Sinaloa debe replantear su modelo de desarrollo, esta es la ocasión. Recordemos lo que hicieron las potencias asiáticas que a finales del Siglo XX fueron conocidas como economías emergentes.
Uno de los factores clave que contribuyeron al éxito de estos países fueron sus políticas orientadas a la exportación. Al fomentar la inversión extranjera y el comercio, pudieron atraer empresas multinacionales y desarrollar fuertes industrias de exportación. Esta estrategia no sólo estimuló el crecimiento económico, sino que también facilitó la transferencia de tecnología y conocimientos, aumentando aún más su competitividad en la escena mundial.
Otro elemento crucial fue su compromiso con el desarrollo del capital humano. Conscientes de la importancia de la formación profesional, dieron prioridad a la educación de calidad e hicieron hincapié en las asignaturas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, garantizando una mano de obra cualificada capaz de impulsar la innovación y adaptarse a los avances tecnológicos.
Además, el establecimiento de instituciones fuertes y estructuras de gobernanza de apoyo fue vital. Estos países aplicaron políticas para promover un entorno empresarial transparente y predecible, reduciendo la corrupción y las trabas burocráticas.
También dieron prioridad al desarrollo de infraestructuras, invirtiendo en redes de transporte, puertos y telecomunicaciones para facilitar el comercio y atraer la inversión extranjera. Estas instituciones proporcionaron una base estable para el crecimiento económico y crearon un entorno propicio para el espíritu empresarial y la innovación.
Esta es la ruta de la innovación, la infraestructura inteligente y el fortalecimiento institucional que habrá que comenzar a trazar para 2024.
El problema es que este es un año electoral, en donde por lo regular todo se pone en pausa, y las estrategias de desarrollo se difuminan entre promesas vacías e ilusiones pasajeras.