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La más importante lección que podemos sacar de la pandemia es fortalecer nuestra resistencia ante la adversidad. Desde hace años se pudo de moda la palabra resiliencia, pero es muy antigua la estrategia de resistir con optimismo los embates de la adversidad y salir fortalecidos de la prueba.
Existen situaciones difíciles que se deben afrontar: el duelo por la pérdida de un ser querido, el recorte sufrido en el trabajo, la hipoteca que no se puede pagar, los estudios que se deben abandonar o cualquier otro conflicto familiar o conyugal.
Las adversidades nunca faltan en el camino, pero lo que tampoco se puede omitir es la capacidad de insistir, persistir y resistir sin dejarse vencer por el estrés o desánimo. No es plausible optar por el recurso fácil de la queja o la seductora tentación de abandonar el combate.
El Papa León Magno, quien dirigió la Iglesia del 440 al 461, es reconocido por salir avante en muchos conflictos. En el 451 convocó al Concilio de Calcedonia para frenar las herejías cristológicas; en el 452 detuvo a Atila para que no marchara sobre Roma, y en el 455 consiguió que Genserico y sus hordas no incendiaran Roma ni asesinaran a sus habitantes.
Aconsejó: “No te rindas nunca, ni cuando la fatiga se haga sentir, tampoco cuando tus pies tropiecen, ni cuando tus ojos se quemen, tampoco cuando tus esfuerzos sean ignorados, ni cuando la desilusión te humille, ni cuando el error te desanime, tampoco cuando la traición te hiera, ni cuando el éxito te abandone, tampoco cuando la ingratitud te desaliente ni cuando la incomprensión te rodee, tampoco cuando el aburrimiento te derribe, ni cuando el peso del pecado te aplaste. Invoca a Dios, aprieta los puños, sonríe ¡y recomienza!”.
¿Resisto firmemente la adversidad?