La historia suele dividirse en varias eras, etapas o épocas: antigua, media, renacimiento, ilustración, moderna, contemporánea y posmoderna. No todos están de acuerdo con esta clasificación, ni con la correspondencia y duración de cada uno de los tomos de esta inmensa biblioteca. Sin embargo, hoy queremos fijar nuestra atención en el simbolismo del renacimiento.
A la edad antigua sucedió otra etapa que los románticos denominaron media, porque no encontraron otro nombre mejor que adjudicarle. La consideraron como un sándwich (su nombre significa la que está en medio) al encontrarse situada entre la edad antigua y el renacimiento, el cual pretendía ser una reconexión con el esplendor del mundo grecorromano, pues se consideró que la edad media fue una etapa retrógrada y oscurantista.
En realidad, no fue tan oscurantista si consideramos que en esa época nacieron las universidades, se inventó la imprenta, el reloj mecánico, la pólvora, los molinos de viento, las gafas y se descubrieron nuevas tierras y continentes.
No obstante, el simbolismo del renacimiento es impactante, puesto que todos los días debemos reinventarnos y renacer, como acentuó el escritor Vicente Verdú:
“El primer enamoramiento, el primer empleo, la boda, la jubilación, son etapas de la vida. Ojalá no terminaran nunca, puesto que poseen, cada vez que llegan, el bisel luminoso de un renacimiento sin fin. Dejamos atrás una circunstancia y nos incorporamos al fino dibujo de otra. Lo nuevo aporta un valor puro y refrescante. Todo lo nuevo, desde un objeto a un amor, desde una prenda a una vivienda, crea la fantasía de que con la inauguración creemos rozar la inmortalidad perdida. El primer paso en el linde del estreno sitúa en una esperanza blanca o infinita. Nada gastado, todo reciente e inmaculado, ninguna mancha de decepción, ninguna sombra en la perspectiva”.
¿Renazco cotidianamente?