El 16 de agosto, a los 89 años, falleció una de las últimas divas de la ópera, la soprano italiana Renata Scotto. Su carrera, trayectoria y profesionalismo trazaron una estela en que constantemente hizo honor a su nombre: nunca se estancó ni se conformó, sino que siempre renació y se reinventó.
Originalmente, el nombre Renato(a) se utilizaba para referirse al ave fénix, o a algún otro ser mitológico, que renacía materialmente. Posteriormente, se le dio la connotación de regeneración o renovación, no física sino espiritual, como en el caso del pasaje bíblico de Zaqueo (Lc 19,1-10), quien sentía la imposibilidad de volver a nacer siendo ya viejo. Desde entonces, el modelo de renacimiento espiritual fue el del Bautismo.
El permanente renacer y la infaltable reinvención fueron características de la personalidad de Scotto, quien irrumpió en los escenarios en Savona, su ciudad natal, a los 18 años, al participar en una puesta en escena de La Traviata, de Verdi. Un año después, pisó el escenario de La Scala de Milán, alternando con dos grandes figuras de la época: el tenor Mario del Mónaco y su tocaya, la soprano Renata Tebaldi.
Sin embargo, la oportunidad de su vida se presentó el 3 de septiembre de 1957, en Edimburgo, cuando María Callas se negó a participar en una función extra de La Sonámbula (habiendo interpretado las cuatro noches convenidas) y la suplió con un éxito inesperado, como recordó al publicar sus memorias con el título Scotto, más que una diva: “Me convertí en una celebridad, pude elegir mis papeles, me sentí más responsable y comencé a crecer como artista. Esa noche fue muy hermosa”.
Al abandonar los escenarios, se convirtió en directora de escena y profesora de canto, pero nunca dejó de renacer y de reinventarse.
¿Renazco continuamente?