Agencia Reforma / @jshm00
    Para hacer política en Guerrero hay que conseguir el beneplácito de los criminales. Antes de buscar el voto, hay que entrar en complicidad con la delincuencia. Para ser candidato no basta el trabajo dentro de un partido. El cabildeo que hay que hacer es con los verdaderos jefes de la plaza. No hay aspiración que progrese, no hay obra que avance si no lleva como sello el permiso del crimen organizado

    “Otis” no golpeó al paraíso. La tierra que azotó el huracán era ya, desde hacía tiempo, un espacio sin ley. Si necesitáramos ejemplos de lo que constituye un estado fallido bastaría hacer la crónica de la vida cotidiana en Guerrero. Basta unir los puntos que aparecen en la prensa regularmente para darnos cuenta de que el Estado, ahí, hace tiempo que no existe. No hay en Guerrero un núcleo criminal preponderante. Una veintena de organizaciones se disputan el territorio de Guerrero, imponiendo con sus enfrentamientos un régimen de intimidaciones.

    Para hacer política en Guerrero hay que conseguir el beneplácito de los criminales. Antes de buscar el voto, hay que entrar en complicidad con la delincuencia. Para ser candidato no basta el trabajo dentro de un partido. El cabildeo que hay que hacer es con los verdaderos jefes de la plaza. No hay aspiración que progrese, no hay obra que avance si no lleva como sello el permiso del crimen organizado. La sumisión de la política al crimen no es un problema de los pueblos apartados sino una tragedia que arraiga en la capital del estado. A pesar de que a la Alcaldesa de Chilpancingo se le ha visto en reuniones con capitanes de una de las bandas que se disputan el control de la región, se mantiene en el cargo. A la capitulación de la política hay que agregarle el impacto de la miopía electoral. El Ejecutivo local es resultado de una simulación grotesca. Por ello, la Gobernadora es mandataria sin mando. Se le postuló como desquite y el estado vive hoy las consecuencias del capricho presidencial, dispuesto siempre a subordinar el interés público a su egolatría. Guerrero no solamente padece la ausencia del Estado, sino también la ausencia de liderazgos. Autoridades sometidas al crimen y falsos liderazgos.

    La ausencia de Estado se padece en Guerrero por el impuesto que cobran los delincuentes a quienquiera que pretenda levantar un negocio. ¿Qué horizonte económico puede tener un estado que vive estrangulado por el miedo y la extorsión? Empresas grandes, medianas, pequeñas tienen frente a sí la amenaza de los delincuentes que exigen una cuota para evitar el castigo fulminante del crimen. Guerrero padece la fragmentación de la violencia ilegítima. El crimen impone las reglas y decide los castigos ante la mirada impotente o, más bien cómplice, de los gobiernos locales y del gobierno central. Si aquella escena de la Alcaldesa de Chilpancingo retrata la entrega de los gobiernos al crimen, el incendio del mercado central de Acapulco de hace unos meses retrata el mecanismo de la economía criminal. Más de quinientos locales destruidos por el fuego. El hampa se asegura que no haya pago sin piso.

    Para hacer política o para hacer una inversión hay que pasar por el filtro del crimen. El problema, por supuesto, no es reciente, pero se ha agudizado en estos años. En Guerrero, el optimismo no es razonable. Sin recuperación a la vista, Acapulco dispersará violencia al estado y al país. Ante la ausencia del Estado, serán los delincuentes quienes se impongan en la reconstrucción. Eduardo Guerrero, quien bien entiende las dinámicas de la violencia en el país, ha descrito con elocuencia los peligros que se ciernen, después del huracán.

    El reto de Acapulco no es solamente financiero o urbanístico. Es esencialmente político. Y no se ve en el horizonte estrategia para recuperar Estado y levantar liderazgos que atiendan la emergencia. La atención al puerto devastado no es prioritaria. A estas alturas, no hay manera de alterar la lista de intereses del Presidente de la República. Nadie puede pensar que López Obrador modifique su agenda por una simple tragedia. La catástrofe que fue y todas las que vienen no van a distraer al Presidente de lo que le importa: sus inauguraciones y su gloria. Por eso ha preferido este fin de semana ir a supervisar el avance de sus preferencias fijas, en lugar de instalarse en el puerto destruido para coordinar las tareas de emergencia aún necesarias y trazar la ruta de la recuperación. Quien insiste en culpar al pasado de todos los problemas del país, se dispone a cargarle la tragedia de Acapulco y de Guerrero al futuro. A la Presidenta que lo suceda corresponderá encarar la catástrofe histórica que fue acelerada por un huracán.

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