Reconocimiento

    Este domingo se cumple un aniversario más del atentado que segó la vida de Javier Valdez Cárdenas, consumado el 15 de mayo del 2017 en Culiacán. Un crimen que conmovió a la sociedad más allá de nuestras fronteras, cuya fecha luctuosa propicia un espacio extensivo a la recordación de otros nombres que se perpetúan en el obituario periodístico de Sinaloa, y en torno al cual late con mayor intensidad que nunca la demanda de justicia para esas víctimas, y de protección para los que ejercen tan peligrosa actividad.

    La relación de homicidios en contra de periodistas sinaloenses revela entre sus registros más antiguos el asesinato de José Cayetano Valadés, perpetrado en Mazatlán la noche del 27 de enero de 1879, crimen del cual el confeso asesino material inculpó como autor intelectual al Gobernador del Estado, Francisco Cañedo, y, como es sabido, en ese nivel el caso quedó impune.

    Medio siglo antes, también había quedado impune el asesinato de Pablo de Villavicencio, “El Payo del Rosario”, que destacó como uno de los primeros columnistas sinaloenses en el periodismo nacional, y quien, en compañía de su cuñado, fue acribillado por fuerzas policiacas el 5 de diciembre de 1832 en un camino de Toluca. Aquel caso quedó oficialmente registrado como una circunstancial confusión de quienes perseguían a unos delincuentes, y nadie pagó por esa supuesta “confusión”.

    Los homicidios de periodistas que en Sinaloa han sucedido ya durante el último cuarto del Siglo 20, y el primer cuarto del que cursa, salvo algún excepcional intento oficial en búsqueda de justicia, se han significado por quedar archivados en los anaqueles de la impunidad, esa impunidad que indigna al gremio periodístico, así como a la sociedad en general, y que indudablemente alienta al crimen.

    La indignación social, que se justifica plenamente ante la sistemática omisión de justicia, se arraiga agravada por una creciente incertidumbre entre quienes ejercen el periodismo, tanto en Sinaloa como en todo México, que hoy destaca como el país número uno a nivel mundial donde el ejercicio de la libre expresión representa un reto cotidiano y temerario, pues visto es que entraña peligro en grado letal. Ese ignominioso primer lugar en peligrosidad para el periodismo solamente es superado por Ucrania, un país en guerra.

    En ese marco el periodismo sinaloense y nacional se ha visto agraviado y enlutado por el asesinato de Luis Enrique Ramírez Ramos, seguido en menos de una semana por los homicidios de las periodistas veracruzanas Yesenia Mollinedo Falconi y Johana García Olvera, lo cual cobra perfiles de un alarmante desplante por parte de criminales que se consideran impunes por tradición.

    Este domingo se cumple un aniversario más del atentado que segó la vida de Javier Valdez Cárdenas, consumado el 15 de mayo del 2017 en Culiacán. Un crimen que conmovió a la sociedad más allá de nuestras fronteras, cuya fecha luctuosa propicia un espacio extensivo a la recordación de otros nombres que se perpetúan en el obituario periodístico de Sinaloa, y en torno al cual late con mayor intensidad que nunca la demanda de justicia para esas víctimas, y de protección para los que ejercen tan peligrosa actividad.

    Ninguna referencia podría ser más puntual en relación con el sentimiento que anima a un creciente número de madres en todo el país: “Este 10 de mayo no es una celebración, sino un reclamo que se hace eterno en un diálogo de sordos”. Tal definición fue expresada por una de las admirables mujeres buscadoras que en Sinaloa y en muchas partes más escarban la tierra en lugares inhóspitos, y bajo las inclemencias del clima, con el irrenunciable propósito de encontrar los restos de la hija o del hijo desaparecido.

    Para esas heroicas buscadoras el Día de las Madres no motivó a festividad alguna, sino a la realización de marchas en todos los rumbos de México para reclamar por el feminicidio de sus hijas o por la desaparición de alguno de sus hijos, cuya búsqueda se han impuesto como indeclinable misión en cuyo proceso se manifiestan “abandonadas a sus propios medios por un Estado omiso”.

    “Quiero decirte, hijo, que seguiré escarbando kilómetros hasta encontrarte”. Y este mensaje de una de las manifestantes deja constancia de un espíritu realista, a diferencia de la consigna de los grupos que demandan: “vivos se fueron, y vivos los queremos”. Las madres buscadoras han encontrado la fuente de su valiente entrega en la aceptación de una aciaga realidad, y convierten su dolor en sacrificio y entrega en aras del objetivo de encontrar los restos de sus seres más queridos. Una causa digna del más sentido reconocimiento.