¿Qué receta elegirías si tuvieras que buscar a tu hija (o)?
En las últimas semanas se estrenaron dos documentales mexicanos que están llamando la atención: ambos retratan la dolorosa cotidianidad en los colectivos de búsqueda de desaparecidos. Ambos generan en el público intimidad con las historias.
El primero, el documental “Volverte a ver” de Carolina Corral Paredes, sigue a un grupo de mujeres en Morelos que denuncian y observan la pobre actuación de la Fiscalía del Estado frente a la crisis forense y de desaparecidos. A través del filme, los espectadores atestiguamos cómo las madres, hermanas y esposas reciben capacitación en materia forense para documentar las omisiones en el trabajo de las autoridades. Angélica Rodríguez Monroy, en la búsqueda de su hija Viridiana, narra el horror y declara que sus familiares “desaparecen dos veces”; la segunda vez los desaparece el Estado al enviarlos a una fosa común.
El segundo documental, “Te nombré en el silencio” de José María (director) y Juan Pablo (productor) Espinoza de los Monteros, ambos de Culiacán, nos lleva a acompañar a Mirna Nereida Medina y al grupo de Rastreadoras del Fuerte en el día a día de las búsquedas, en la atención a víctimas en su pequeña oficina, y en otras tareas que deberían hacer los organismos de gobierno y no las familias de personas desaparecidas. Sobre todo, considerando el riesgo que suponen estas actividades.
Estos dos documentales abren una ventana a la intimidad de los hogares de las buscadoras, y así también logran alejarlas del velo de drama y ficción con el que en ocasiones las cubre la prensa y las series de televisión. Las vemos cercanas: ríen, toman cervezas, bailan, salen a un día de campo, se preparan en prisas para salir al trabajo, también para atender a otros miembros de la familia. Con un toque agridulce, en esa rutina nos identificamos, sus causas son las nuestras.
Al asomarnos a la rutina de las buscadoras y descubrirnos el velo de la ficción, observamos a sus líderes como mujeres con agencia. Angélica, Mirna, y debo mencionar a María Isabel de Sabuesos Guerreras, buscan a sus “tesoros” como ellas les llaman, pero, también buscan a los tesoros de otras personas en sus comunidades. Su misión trasciende un objetivo personal y ahí encuentran un propósito. Se convirtieron en defensoras de los derechos humanos porque en su historia, y en su liderazgo, no podían hacer otra cosa. Pero, antes que defensoras, son mujeres complejas y los colectivos pasan por todas aquellas dificultades que impone el organizar individuos diversos.
En conjunto con el documental, los hermanos Espinoza de los Monteros promovieron el “Recetario para la Memoria”, un libro coordinado por la fotógrafa española Zahara Gómez Lucini donde las rastreadoras muestran con orgullo los platillos que disfrutaban cocinar para sus hijos cuando los tenían junto a ellas. Quiero contarte, lector, que mi ejemplar del recetario llegó justo en agosto de año pasado, en un diseño de cuaderno con flores y colores pastel; al revisar sus páginas recordé muchos sabores dulces del norte de Sinaloa. Hacía calor, pero me preparé para cocinar el caldo de papas. Pero la grata y amorosa experiencia se borró pronto porque mi hijo menor de edad, quien fue el primero en revisar el libro que estaba ahí puesto sobre la mesa de la cocina, vino a asomarse para preguntar: ¿Qué platillo de los que me gustan elegirías para el libro?
Es doloroso. Estos puentes a través del cine y la literatura nos conectan con un escenario que a veces vemos lejano. Éstos son el vehículo, nos ponen ahí la experiencia, sobre la mesa de la cocina, en el televisor de la sala... ahí están mujeres y hombres, mamás y papás como tú. Cuatro huevos cocidos, tres pasos de un bebé en la playa, un par de tacones coloridos, un masaje en la alberca, su platillo favorito; la cotidianidad de las buscadoras nos recuerda a la nuestra.
La dura anécdota de la cocina y el documental, me recordaron una experiencia en trabajo de campo. Me hizo ver que tanto los espectadores como los usuarios del recetario también estarán ahí con ellas en algún paraje o a las afueras de la Fiscalía. En aquella ocasión, la de mi recuerdo, Mirna me puso una camiseta como la que ellas portan porque saldríamos a cavar en un cerro. En el contexto de poca solemnidad con la que realizan las tareas (y se captura bien en el filme) agradecí y exclamé: “ya soy rastreadora”. Pero ella, Mirna, con mucha firmeza alzó la voz casi en un grito para corregirme, con los ojos fijos y expresivos: “¡No, claro que no! Tú no eres rastreadora... y no lo serás, escúchame bien, no lo vuelvas a decir”, sentenció con el dedo en alto. “Ninguna debería de ser rastreadora. Ninguna madre, ningún padre tendría que buscar a sus hijos bajo la tierra”.
Estimado lector, te invito a ver estos documentales que no deberían de estar ahí. Encontrarás los datos en sus páginas en redes sociales.