¿Qué pasó en Mazatlán con las manifestaciones de la UAS y por qué no se dio la mesa de negociación?

    Ya en el ánimo de los líderes pasistas se percibe la desesperación y la urgencia por la negociación. Sobre todo porque no ha pegado en la sociedad sinaloense el discurso de la persecución política que han querido imponer a golpe de repetición en los medios de comunicación universitarios que tienen secuestrados.

    Al final no dio resultado la estrategia de presión que los manifestantes de la UAS utilizaron para forzar una mesa de negociación con Gobernación.

    Ya se veían en una sala del Palacio de Cobain, en Bucareli, con el Subsecretario de Educación Superior, Luciano Concheiro, dándoles el espaldarazo para una salida rápida al conflicto, sin tener que agotar los procedimientos judiciales. Para conseguirlo, Cuén dio la orden de trasladar a Mazatlán a una amplia brigada de manifestantes del PAS que labora en la Universidad.

    La encomienda era crear una imagen de ingobernabilidad en Sinaloa. Que pareciera que a Rocha los conflictos se le escapan de las manos, y que por lo mismo es necesaria la intervención federal para recuperar el control del Estado en vísperas de las campañas electorales, donde Morena pretende conseguir la mayoría absoluta en ambas cámaras, para impulsar sus reformas constitucionales.

    El plan estipulaba que la comitiva se congregara a las afueras del hotel El Cid donde se hospedó el Presidente en esta última visita al puerto; y que a la mañana siguiente se marchase hasta las inmediaciones de la Glorieta Sánchez Taboada, para irrumpir en los festejos por el Día de la Bandera, que se llevarían a cabo en medio de un fuerte operativo se seguridad militar.

    Con los ánimos encendidos, los universitarios se volcaron en un acto desesperado de confrontación con los cuerpos de la policía local. Los forcejeos, gritos e intentos por tumbar las vallas que delimitaban el acceso al evento sobre el Paseo Claussen, llegaron a su punto más álgido cuando el rugido de unos cañones y el redoble de los tambores de guerra crearon un ambiente de histérico dramatismo a punto de desbordarse en una lucha brava, conforme el lábaro tricolor se elevaba ondeando imponente sobre el malecón.

    Tras los acontecimientos, el Rector separado del cargo, Jesús Madueña Molina, salió airoso entre los pasistas ahí reunidos para comunicarles que había conseguido una mesa de diálogo para tratar el conflicto, como si esto fuera ya un hecho. En realidad, lo que ocurrió fue que la noche anterior una reportera de Radio UAS increpó al Presidente cuando llegó al hotel en medio del alboroto, y este, para salir del paso, sugirió una mesa de negociación para destrabar el asunto, sin imaginar el alcance de sus declaraciones.

    Con esa sugerencia hecha al aire por López Obrador, fue que durante el evento por el Día de la Bandera, Jesús Madueña y Robespierre Lizarraga lograron llegar hasta el personal que recibe las peticiones al Presidente en cada una de sus giras. Ahí los de la UAS plantearon la intención de una mesa de negociación, y los de Presidencia, como es el protocolo, no se negaron y dejaron abierta la posibilidad.

    Bastó ese gesto de cortesía política para que los pasistas dieran rienda suelta al rumor de que esta misma semana iban a ser citados en la Ciudad de México para negociar. Ya hasta habían estructurado quién debía ir en representación. Pero este lunes, en su conferencia semanera, el Gobernador Rubén Rocha desmintió que el Presidente se haya comprometido a una mesa de diálogo. Y en el mismo sentido, la Fiscal en el Estado, Sara Bruna Quiñonez, confirmó que ninguna negociación puede estar por encima de los tribunales.

    Y es que, en esta ocasión, tanto el Gobernador como la Fiscal tienen toda la razón. Querer imponer una mesa de negociación no sólo implica una violación al federalismo, sino que también supone la intromisión del Poder Ejecutivo sobre un poder independiente como el Judicial.

    Lo contradictorio es que fueron estos mismos pasistas los que la semana antepasada marcharon en la Ciudad de México en favor de la democracia y en contra de los ataques del Presidente al Poder Judicial, pero que ahora en Sinaloa exigen su intervención en un ámbito que no es de su competencia. Por eso AMLO no los toma en serio, sabe perfectamente el encubrimiento de la corrupción detrás de las manifestaciones, e incluso es consciente del carácter manipulador del líder del PAS, ahora candidato por la coalición opositora.

    Ya en el ánimo de los líderes pasistas se percibe la desesperación y la urgencia por la negociación. Sobre todo porque no ha pegado en la sociedad sinaloense el discurso de la persecución política que han querido imponer a golpe de repetición en los medios de comunicación universitarios que tienen secuestrados. De rodillas, nunca, dicen.

    La verdad es que en ninguna de sus manifestaciones se ha hecho uso de la fuerza pública. Afortunadamente se les ha respetado cabalmente el derecho de congregación y libre expresión de ideas, a pesar de que ellos no hacen lo mismo al interior de las escuelas, donde se muestran hostiles y violentos hasta con los estudiantes.

    Pero conforme pasa el tiempo aparecen nuevos escándalos que restan credibilidad a sus reclamos. La trama es simple. El Gobierno le incrementa cada año a la UAS su presupuesto, pero sus autoridades dicen que no alcanza, entonces piden más dinero al Estado, aunque se niegan a transparentar los gastos. Luego se da a conocer que la nómina está capturada por un partido político, que se asignan plazas discrecionalmente y que aumentan los puestos de confianza en detrimento de los derechos económicos de los profesores base. Al mismo tiempo aparece la noticia que los rectores y funcionarios de primer nivel se han hecho ricos de la noche a la mañana, y que las compras de la universidad se realizan a sobreprecio y sin los procedimientos legales de licitación.

    ¿Apoco creen que la gente en Sinaloa no sabe lo que pasa realmente?

    Por eso buscan a toda costa politizar el conflicto que hasta el momento se mantiene en el terreno de lo judicial. En esa cancha no se sienten cómodos. Tienen todas las de perder. Las evidencias de corrupción son abrumadoras. Por eso se rehúsan a que los procesos judiciales continúen su curso normal y dilatan las audiencias. No quieren enfrentar la justicia. Pero es inevitable.