Cuenta Ben Rhodes en las memorias de su tiempo como asesor presidencial que, poco tiempo antes de dejar el poder, Barack Obama soltaba una pregunta a sus cercanos. ¿Y si nos equivocamos? La candidata de su partido había perdido la elección y se imponía un hombre que representaba todo lo que aborrecía. Obama no buscaba la conspiración que explicara la derrota, no culpaba a los medios, ni la candidata. No arremetía contra los electores. Rastreaba en su propia conducta, la responsabilidad por lo que estaba pasando. ¿En qué fallamos nosotros?
Ahí está, es clave de la autocrítica. Identificar en uno mismo los puntos ciegos, advertir las ilusiones que nos atraparon, reconocer la torpeza para ajustar la receta a la realidad. El ensayo que Santiago Levy y Luis Felipe López-Calva publican en el número más reciente de nexos se compromete con la autocrítica. “¿Qué falló? México 1990-2023” es uno de los textos más valiosos que se han escrito recientemente para entender el pasado reciente y para trazar la pista de un futuro distinto. Los economistas reconstruyen el pasado inmediato para darnos un cuadro complejo de avances, atascos y retrocesos. No se afilian a la nostalgia de quienes piensan que el país caminaba feliz a la prosperidad antes de la llegada del populismo. Tampoco se unen a quienes pintan esas décadas como un tiempo oscuro que no produjo nada positivo.
Para la tecnocracia neoliberal el rumbo trazado no solamente era el correcto, era el único. Si el país no había alcanzado aún sus objetivos era por la intervención de elementos extraños a un modelo precioso. Había que mantenerse fiel a la receta para que México estuviera, por fin, a la altura de sus guías. Para el bando contrario, el modelo era la perversidad misma. Un dogma que se nos imponía de fuera y de lo que nada bueno, podría surgir. Levy y López Calva salen de esta lectura infantil y rechazan la adjetivación. Entre 1990 y 2018 el país tuvo cambios positivos y fracasos brutales. Asentó estabilidad desde mediados de los noventa, se defendió de los choques externos, aumentó nuestra potencia comercial. Mejoró la plataforma institucional del país. Pero acumulamos fallas gravísimas: nuestro crecimiento estuvo lejos de retomar los niveles del desarrollo estabilizador, no acortamos las brechas internas, los salarios quedaron congelados.
Esa estrategia, dicen los autores, se fincó en dos sistemas de aseguramiento. El régimen de los trabajadores formales separado del de los trabajadores informales. Una arquitectura dual que obstaculizó los esfuerzos para reducir la pobreza y la desigualdad y para potenciar el crecimiento. Si no crecimos lo suficiente, si no avanzamos en la inclusión fue por la informalidad, por la debilidad de la competencia, por la altísima corrupción.
El cambio de 2018 fue menos revolucionario de lo que nos dicen. Un cambio de discurso más que una nueva arquitectura. “Considerando sólo sus políticas económicas y de protección social, las similitudes estructurales (.) son mucho más importantes que las diferencias”. Más allá del cambio en la retórica, las columnas de la exclusión anterior permanecen intactas. Encuentran aspectos positivos en la estrategia económica de López Obrador: el combate a la evasión tributaria, el ataque a la abusiva subcontratación, las pensiones que caminan hacia un sistema de aseguramiento universal. Cuestionan el freno a proyectos de inversión, los cambios en la regulación eléctrica y, por supuesto, el destrozo del sistema de salud.
Hemos cambiado de partidos y de discurso, pero seguimos atrapados en la misma trampa. El país sigue dividido en dos casas distintas de aseguramiento que impiden el dinamismo. No puede crecerse con inclusión, si se parte de instituciones que excluyen. “Ideas erróneas e intereses minoritarios siguen obstruyendo las posibilidades de un mejor futuro para la mayoría de los mexicanos”. Esa es la doble tarea por delante. Ser capaces de pensar fuera de los dogmas que enceguecen tanto a neoliberales como a populistas, y enlazar los intereses mayoritarios con la formalidad y con la legalidad. Se trata de construir un Estado de bienestar moderno, incluyente y eficaz.