@fopinchetti
SinEmbargo.MX
Resulta que el Gobierno reaccionó tarde y mal ante la pandemia. Tomó medidas equivocadas. Ocultó información y cayó en contradicciones. Su lentitud en la aplicación de las medidas sanitarias fue la causante de la rápida diseminación de los contagios en la Ciudad de México. El Presidente estuvo prácticamente ausente en el manejo de la emergencia, que dejó en manos de sus subalternos y de las autoridades locales. Al final, entre 300 mil y 500 mil mexicanos perecieron... en el otoño de 1918.
Cuando menos eso reflejan los periódicos de la época a través de sus notas informativas. Cualquier similitud con el presente es mera coincidencia, conste. “México no estaba ni remotamente preparado, desde el punto de vista sanitario, para evitar [la] pandemia actual”, publicó El Demócrata en su primera plana a finales de octubre de ese año fatídico.
Pasó que me puse a hurgar, prerrogativas de la ociosa cuarentena, en busca de información sobre los efectos que tuvo en la Ciudad de México la famosa y mal llamada Influenza Española que conmocionó al mundo entero y que causó globalmente según diversas fuentes entre 50 y 100 millones de muertos. Y me topé con un espléndido trabajo de las antropólogas Lourdes Márquez Morfín y América Molina del Villar, que se basaron en los periódicos capitalinos de la época para elaborar un ensayo sobre aquella pandemia atroz, recogida por la colección SciELO-México una hemeroteca internacional desarrollada en México por la Dirección General de Bibliotecas de la UNAM, de acceso libre y gratuito.
La suya es en efecto una mirada de la catástrofe sanitaria “vista desde la prensa”, como ellas mismas anotan. Y resulta muy interesante la información que recaban en el contexto del no fácil, doloroso y complicado surgimiento de una prensa informativa en nuestro país, justo en los años pos revolucionarios, que dejaba atrás el periodismo militante de finales del Siglo 19 que tanto añora don Andrés en sus homilías matinales.
Acababan de nacer dos de los grandes periódicos comerciales que sobreviven hasta la fecha, centenarios ambos: El Universal, fundado por el periodista tabasqueño Félix Fulgencio Palavicini, que apareció el domingo primero de octubre de 1916, y Excélsior, de Rafael Alducin, que lo hizo en el también domingo 18 de marzo de 1917. Persistían todavía versiones reeditadas de El Demócrata y El Nacional, pero obligados ya a una abierta competencia informativa.
Precisamente fue en El Demócrata, según la recopilación de las autoras del ensayo mencionado, donde se publicó la primera nota periodística sobre la influenza en la capital mexicana, que en su edición del 10 de octubre de 1918 titulaba en primera plana: “La epidemia de influenza toma incremento. La peste amenaza llegar a la ciudad de México”.
Apenas un día después El Universal informó en sus columnas destacadas: “La epidemia de Influenza Española. Mientras en México se dice que ha disminuido en el Norte, de Monterrey se reciben noticias de que el mal se recrudece. Los muertos mueren asfixiados. Desde hoy se hará el regado de las calles de la metrópoli con desinfectante”.
Y sólo hasta el 21 de octubre apareció una nota de mayor alarma en el periódico El Nacional, bajo el encabezado “Hay más de 50 mil enfermos de ‘influenza española’ en la capital, pero la enfermedad solamente ha hecho 100 muertes diarias”. Esta cifra fue proporcionada por el Consejo Superior de Salubridad, cuyo cálculo fue cuestionado “por un individuo desconocido” que sin embargo no negaba que la epidemia avanzaba con celeridad en la capital. A raíz de esa información, el periódico fue acusado de amarillista y de alarmar a la población.
A partir de estas notas iniciales, durante los meses de octubre, noviembre y diciembre la mal denominada gripe española ocupó de manera permanente el encabezado en las primeras planas de los periódicos capitalinos. La población total de la Ciudad de México era entonces de alrededor de 615 mil 367 habitantes y la del Distrito Federal 906 mil 063. Según los reportes de prensa en la capital murieron de influenza o de enfermedades asociadas a ella 7 mil 375 personas.
Indican las antropólogas Márquez Morfín y Molina del Villar que la prensa de 1918 fue más crítica con el Gobierno y cuestionó su respuesta tardía para hacer frente a la pandemia, “así como su ineficacia en el aseo de calles, el cierre de escuelas y la vigilancia sanitaria”. Y aclaran por cierto que la influenza de 1918 se denominó “española” debido a que la prensa de ese país difundió amplias noticias sobre la pandemia, mientras en otros países se ocultó la información.
En el caso de la prensa en la Ciudad de México, ésta también cuestionó la lentitud del Gobierno en la aplicación de las medidas sanitarias, la cual fue considerada como la causante de la rápida diseminación de la pandemia en la capital. “Los medios impresos, sobre todo El Nacional, criticaron también que no era fácil conocer las cifras de enfermos y muertos, principalmente durante el periodo más agudo de la epidemia”, precisan.
Suponen las autoras que quizá hubo censura por parte del Ministerio de Salud para dar a la luz pública los datos de enfermos y muertos de los hospitales, pero ello sin duda alentó el trabajo reporteril, en aquel entonces apenas en ciernes. Así, dicen que los profesionales de los medios informativos recurrieron a algunos directores o encargados de los cementerios para conocer el número y la causa de los decesos durante los días más críticos de la enfermedad. Reportearon, pues.
Gracias a los reporteros y a pesar de todas esas dificultades, las fuentes periodísticas ofrecen información muy valiosa con cuadros estadísticos, crónicas y reportajes en los que se informa sobre el número de muertos y enfermos por hospitales y demarcaciones.
La lectura de la prensa también permite conocer que el manejo de la emergencia sanitaria se centralizó en tres instancias: el Consejo Superior de Salubridad, el Gobernador del Distrito Federal y el Ayuntamiento. Un año antes de la epidemia, en 1917, mera coincidencia otra vez, se reorganizaron los servicios sanitarios y los programas de salud pública, en los cuales se puso mayor énfasis en la importancia de la intervención médica y estatal en la reglamentación sanitaria.
Además de que la prensa criticó al Gobierno porque no había regado las calles, incinerado la basura ni desinfectado los tranvías, también lo increpó por su ineficiencia para regular los enterramientos. “En las calles de la ciudad se estaban amontonando numerosos féretros con cadáveres en espera de la gaveta”.
Los periódicos de la época contabilizaban diariamente a las víctimas y daban cuenta también de las medidas adoptadas para prevenir el contagio, que son también asombrosamente parecidas a las actuales, 102 años después: cierre de iglesias, teatros y salones de espectáculos; no saludar de mano ni de beso, usar tapa pocas, lavarse las manos o frotárselas con creolina, usar pañuelos desechables al estornudar, no asistir a reuniones y aislarse en caso de tener síntomas, entre otras.
De lo que no informaron los medios, porque en el mundo entero se ignoraba, fue del origen de la pandemia. No se conocía siquiera la existencia de los virus. En ese entonces se atribuyó a un microbio o bacteria, el bacilo Pfeiffer. Fue hasta 1997, tras casi medio siglo de investigaciones iniciadas en 1950 en cadáveres de 1918 sepultados en permafrost, un suelo congelado, que pudo establecerse que el causante de la también llamada “gripa española” fue el virus H1N1, con genes de origen aviar. Pero esa ya es otra, fascinante historia. Válgame.