AMLO camaleónico. AMLO acróbata. AMLO aceptado y aplaudido, haga lo que haga, diga lo que diga, aunque se contradiga. A un año en el poder, lo más sobresaliente de López Obrador es su extraordinaria habilidad para comunicar. Todas las mañanas, el Presidente gobierna hablando, adoctrinando, embistiendo, convirtiendo derrotas en victorias, aleccionando a los mexicanos sobre el significado de la Cuarta Transformación. El saldo más trascendente de los últimos 365 días es el triunfo del estilo sobre la sustancia; la victoria de la narrativa comunicada sobre la realidad evaluada; la aceptación de “yo tengo otros datos” y la devaluación de los datos mismos. Las palabras pronunciadas desde el poder se vuelven más relevantes que las políticas públicas llevadas a cabo, porque se usan para vindicar o tapar o inventar. En Palacio Nacional hoy no hay alguien que encabece un proceso racional y deliberativo de toma de decisiones. Hay un publirrelacionista.
Alguien que desde las 7:00 am manda el mismo mensaje. Aquí estoy yo, trabajando desde temprano a favor del pueblo de México. Aquí estoy yo, exhibiendo a los corruptos del pasado, a la prensa vendida, a la sociedad civil capturada, a los que echaron a perder el país que ahora compondré. Aquí estoy yo, entregando apoyos a los desposeídos y condenando a quienes los ignoraron. AMLO convierte a la Cuarta Transformación en un ejercicio escenográfico, en un modelo de mediatización. En la mañanera, en las giras incesantes, en los actos recurrentes, construyendo popularidad, equiparándola con gobernabilidad. El estilo coloquial, el tono beligerante, el uso de la retórica para manipular la realidad.
Esa realidad donde el único logro tangible que ha mejorado la vida de millones es la entrega de dinero en efectivo y el aumento necesario en el salario mínimo. Esa realidad donde la sustentabilidad económica de su visión está en duda, y su impacto sobre la movilidad social también. Esa realidad de los datos duros, irrebatibles, que son el saldo más preocupante de este primer año de gestión. Las finanzas públicas en octubre que son una amonestación a la Cuarta Transformación: Ingresos petroleros -40 por ciento, ingresos tributarios -5.5 por ciento, IVA -8.6 por ciento y suman cinco meses de caídas, ISR -7.9 por ciento y suma cuatro meses de caídas, subejercicio del gasto 155,348.4 millones de pesos, e inversión física en su nivel más bajo en 10 años. He ahí los resultados de un prejuicio presidencial que lo lleva a priorizar la honestidad por encima de la experiencia, la lealtad por encima del conocimiento técnico, la incondicionalidad por encima de la capacidad. Un Estado cada vez más debilitado, cada vez más empobrecido, cada vez más incapaz.
Pero al Presidente no parece preocuparle la eficiencia o el estancamiento económico o el adelgazamiento institucional. Lo suyo no es apelar a resultados empíricos sino conexiones emocionales; lo que le importa no es lo medible sino lo explotable. Atizar los agravios sociales, capitalizar la crisis de representación democrática, excoriar a las élites rapaces, promover consultas que presenta como formas de democracia verdadera y mantener una relación adversarial con los medios y la Oposición. El fin ostensible es poner primero a los pobres, pero para lograrlo piensa que necesita reconcentrar y recentralizar el poder. No en el Estado, no en la administración pública, no en el andamiaje institucional. En sí mismo.
Y eso es lo más preocupante del último año. La comunicación presidencial basada en significados, sentimientos, valores y palabras que justifican lo que está haciendo, aunque los resultados sean magros o contraproducentes. Decir que está mejorando a la democracia mientras eviscera sus procesos. Decir que está combatiendo la corrupción cuando usa las agencias que controla de manera discrecional y políticamente motivada. Decir que las instituciones no funcionan para promover designaciones y reformas que están afectando la autonomía necesaria del Poder Judicial, la CNDH, los órganos reguladores, el INE. Decir que enarbola una política humanista contra la criminalidad aunque no logre disminuirla. Y 62 por ciento de la población le cree, le brinda la popularidad ansiada. Pero ser un gran publirrelacionista no significa ser un gran gobernante. Después de un año, AMLO ha demostrado que es un genio comunicacional. Pero también ha probado que todavía no sabe cómo ser un buen Presidente.
@DeniseDresserG