No es posible lograr un mundo unido o una patria cohesionada sin un proyecto común. Sin un objetivo compartido es imposible unificar visiones, conciliar intereses y coordinar actividades.
Para progresar como nación se requiere dejar de lado los protagonismos y evitar antagonismos. La forma más fácil de polarizar a la población es haciendo divisiones y clasificaciones: “tú eres de aquí y yo soy de allá”; “tú eres de este grupo y yo de aquel otro”; “tú eres corrupto y yo pío e inmaculado”.
En el número 15 de la Encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco subrayó: “La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación”.
En el número 17, añadió: “En esta cultura que estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un proyecto común, “es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones”.
¿Trabajo con proyecto común?
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