Ante el sexenio que ya se fue y el nuevo que todavía no nace, investigadores, economistas y políticos han comentado que tal vez el País está perdiendo, o ya perdió, la oportunidad de aprovechar el invaluable factor económico de la cercanía con el más potente mercado productor y consumidor del mundo, en cambio, sí lo están aprovechando Canadá, China, Corea del Sur y hasta Singapur, Filipinas y Vietnam, a pesar de su lejanía.
Igualmente se comenta que no se aprovecha plenamente el Tratado de Libre Comercio y pareciera que se han estado “arrojando piedritas a los rieles” como buscando “se descarrile”, sin considerar que México es tan exportador como importador de mercancías y servicios desde Estados Unidos, pero sobre todo, somos importadores de capital y de tecnología, elementos estos que, si se cortan o se limitan, la economía nacional estaría en serios problemas.
Agréguese a lo anterior las debilidades del País en investigación, productividad, innovación y por lo tanto en capacidad competitiva, para darse cuenta de que, en efecto, no se están aprovechando las bondades del TMEC, sino que se está en riesgo de perder esta oportunidad.
Este régimen le apostó todo al incremento en el consumo con el reparto de recursos públicos en pensiones y subsidios, así como en obras de desarrollo en el sureste del País, con poca y lejana recuperación y generación de ingresos públicos, al margen de los daños ecológicos.
Ya se fueron los recursos ahorrados en fondos y fideicomisos; se fueron los enormes déficits públicos del sexenio y se fueron también los recursos presupuestarios no ejercidos en mantenimiento de carreteras, escuelas, salud y preservación del ambiente. Sólo quedan los recursos que se generen fiscalmente del sector empresarial disminuido y temeroso, así como de empleados y trabajadores, cuyo número ha crecido poco y que tienen que soportar la inflación, porque todos los pensionados y subsidiados no pagan impuestos, sólo consumen y tienen una muy baja capacidad de ahorro.
Los recursos que quedan para un desarrollo sano y suficiente son: en primer lugar, el empresariado mexicano, que a pesar de todo esté dispuesto a apostarle al País, a pesar del Gobierno y que siga dispuesto a invertir, aunque con un mayor riesgo, porque de lo contrario la libre empresa está en peligro de desaparecer, como pasó en Cuba y está pasando en Venezuela.
La empresa mexicana, aunque en desventaja frente a otros países, cuenta con el factor de cercanía y el diferencial en el costo salarial, que todavía dan margen de competitividad, sin embargo, hay que insistir en la productividad y en el mejor aprovechamiento de nuestros recursos; es necesario convencernos y convencer sobre la necesidad de acabar con la “cultura del desperdicio” y buscar la cultura de la eficiencia, la calidad y la innovación.
No olvidar que, “productividad es la combinación de todos los factores de la producción que dará el mayor rendimiento con el menor esfuerzo”.
Se trata de lograr que los mismos recursos físicos y las mismas horas de trabajo del mismo personal produzcan más y mejor.
Se trata de integrar mejor al personal a la empresa, con mejores estímulos en salarios, capacitación, educación y participación en los resultados.
Se trata de lograr una actitud de cambio e innovación en empresarios, directivos, trabajadores y clientes.
Se trata de tomar decisiones estudiadas y oportunas en investigación, inversión y simplificación administrativa.
Se trata de conocer y estudiar mejor al mercado, local o extranjero, para atenderlo con eficiencia.
La conclusión de lo anterior es que, si los mismos recursos físicos y de personal dan mejores resultados, el diferencial sería: más crecimiento, más producción, nuevos y más empleos y más ingresos para todos los que intervienen en el proceso. Igualmente hay que considerar que la productividad se puede lograr no sólo con nuevas tecnologías, sino también con nuevas ideas, nuevas aplicaciones en los mismos productos, buscar diferentes mercados, diferentes procesos, todo esto son herramientas del empresariado para proteger y defender su empresa y la libertad de emprender, de invertir y de correr riesgos.
La productividad también debiera ser una preocupación en la administración pública pues el mejor aprovechamiento de los recursos físicos y humanos benefician a todos: ciudadanos, organizaciones, funcionarios públicos y políticos, al proporcionar con eficiencia mejores servicios públicos e inversiones en beneficio del desarrollo.