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A la fecha, ya son de dominio público los fuertes recortes que el Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación (PPEF) 2021 trae para el sector educativo. Aunque nominalmente la disminución solo es de un 3 por ciento, en lo específico, el PPEF condena a la desaparición de programas fundamentales para una mayor equidad e inclusión educativa, tales como el Programa Escuelas de Tiempo Completo o el Programa de Desarrollo Profesional Docente, entre otros que estaremos analizando. Y tampoco destina un solo peso para la recuperación de nuestras escuelas a raíz de la crisis generada por la pandemia. Este paquete presupuestario hoy atenta contra el derecho a aprender de niñas, niños y jóvenes en el país. Y en manos de diputadas y diputados federales, se encuentra la responsabilidad para revertir toda su injusticia y desatino.
Poco a poco van surgiendo voces que defienden lo que hoy está en riesgo. Que entienden lo vital que resulta preparar y acompañar a los docentes en las grandes dificultades propias del objetivo de generar aprendizajes significativos en sus estudiantes. Y quisiéramos que esas voces fueran cada día más. Porque no podemos sino escandalizarnos al ver que el monto destinado a la formación continua para los docentes del País para el próximo año sería poco más de 70 pesos. No podemos permanecer omisos ante el inminente fin de las escuelas más justas para niñas, niños, docentes y familias, como lo son las escuelas de tiempo completo, en las que sus estudiantes aprenden más, sus docentes ganan mejor, y gracias a las cuales las familias pueden buscar con mayor tranquilidad un mejor pasar económico.
Muchos, haciendo uso de una astucia triste y deplorable, bien podrán argüir que la inversión del sector educativo no es tan relevante en momentos en los que el sector salud requiere mayor presupuesto. O que, debido a los prolongados cierres de escuela, quizás se pueda generar en el sector educativo algún ahorro que vaya a cubrir necesidades más urgentes. Dejar el futuro de las niñas, niños y jóvenes, y por ende del estado y de todo el país, en manos de mentes así, sería condenarnos a mayores índices de desigualdad, de exclusión, de pobreza, de sufrimiento y de división social. Ponderar esas otras necesidades a costa de la inversión necesaria para sostener un derecho humano impostergable y fundamental para ejercer otros derechos, es, dicho en español puro y sencillo, una lamentable equivocación.
En el campo de la física y el magnetismo, el concepto de histéresis sirve para explicar cómo un material, o un sistema no solo se ve afectado por las características de las condiciones externas en las que existe, sino también por su misma evolución histórica, que persistirá inclusive si se le pone en otro ambiente distinto. En economía, este concepto se usa para explicar por qué las personas que pasan más tiempo desempleadas tienen una menor probabilidad de conseguir un trabajo. Básicamente, durante el tiempo de desocupación, pierden la oportunidad de mantener y actualizar sus habilidades, siendo menos valiosos para las necesidades de las empresas e instituciones en búsqueda de capital humano. La histéresis, esta pérdida de las capacidades y del valor de un trabajador durante su periodo de desempleo, se trata de un círculo vicioso muy difícil de romper.
Si utilizamos este concepto para analizar las decisiones de inversión del Gobierno federal en materia de política educativa, bien podríamos proyectar que aquellos programas que son condenados a salir hoy del erario y las problemáticas a las que atienden, tendrán luego muchas menos probabilidades de regresar al presupuesto. Y con esto, sus efectos positivos sobre dichos problemas lógicamente dejarían de sentirse. Si no alimentas a tus estudiantes, habrá menos aprendizaje. Si no formas y acompañas a tus maestros en ejercicio, habrá menos aprendizaje. Si no cuidas que las niñas y niños que migran junto a sus familias por el País en búsqueda de empleo puedan tener una escuela, habrá menos aprendizaje. Y dada la importancia de la educación como mecanismo de bienestar económico, social y cultural, menos aprendizaje equivale a un peor país. Peor presente y, por añadidura, peor futuro.
Nuestro sistema educativo durante años ha padecido muchos males. Es mucho lo que se debe reparar, mejorar y optimizar para asegurar mejores niveles de participación y aprendizaje para la infancia y juventud en México. Pero nada de eso justifica que se le desmantele. Es fundamental activarnos, no permitir que hoy se le enajene a niñas, niños y jóvenes el derecho a recibir lo mínimo que hoy ya tienen y que funciona. No podemos permitir que ganen quienes defienden que “gastar” hoy en educación parece “innecesario” por los cierres de escuelas, cuando en realidad, si hubo algún momento en que invertir en educación resultara urgente, es hoy.
Los desequilibrios emocionales de los estudiantes producto del estrés del confinamiento y del duelo; los aprendizajes programados en el currículum nacional logrados a medias por unos e ignorados completamente por otros; la apatía de cientos de miles de alumnos ante el derecho irrenunciable y obligatorio de ser educado, no desaparecerán solo porque las escuelas se cierren. Si nuestras autoridades no analizan las necesidades del presente con un ojo puesto también en el futuro, cuando reabran las escuelas y despertemos de esta pesadilla pandémica, no solo será el dinosaurio de la inequidad educativa lo que siga allí, sino algo mucho peor.