Hacer titular del Ejecutivo a una mujer, judía, no creyente, con un segundo matrimonio, científica y de izquierda, habla de profundas transformaciones en nuestra sociedad.

    El triunfo de Claudia Sheinbaum y que Morena gobierne al País por segunda vez consecutiva nos dice muchas cosas. Con el tiempo vendrán explicaciones más profundas y detalladas. Por lo pronto, aquí adelantamos algunos apuntes.

    México ha sido en los estudios académicos y en la cultura popular, tanto dentro como fuera del País, un ejemplo clásico de la cultura machista. No es gratuito que, en respuesta y protesta a ello, se ha generado un enorme movimiento feminista en el que hay diferentes coloraciones pero que, en última instancia, se rebela al dominio patriarcal de la sociedad. No obstante, en este País donde el machismo sigue siendo muy fuerte, los mexicanos elegimos una mujer a la Presidencia, aún antes que Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, que se presumen como paladines de la democracia. Y se eligió con la votación más alta en la historia de México.

    Por si fuera poco lo anterior, se eligió a una mujer de izquierda, de ancestros judíos y que declara no profesar religión alguna. Lo primero demuestra que el concepto “izquierda” no asusta en lo más mínimo a la mayoría de los ciudadanos mexicanos. Al contrario, lo han asimilado como parte de la realidad ideológica y política de la sociedad mexicana. Los esfuerzos de la derecha mexicana, en la que caben destacadamente el PAN y el PRI, la inmensa mayoría de los grandes medios de comunicación del País, las jerarquías de la Iglesia católica y de otras religiones y también la inmensa mayoría de los intelectuales liberales que predominan en los medios de comunicación tradicionales y en las redes sociales, por desacreditar a López Obrador, Claudia Sheinbaum, Morena y a la izquierda en general, sobre todo con el argumento de que México seguiría el camino de Venezuela y Cuba, no funcionaron. Los ciudadanos mexicanos no se asustaron con el petate del muerto y demostraron que saben discernir entre una realidad y otra.

    Esta madurez de la mayor parte de sociedad mexicana también rechazó las descalificaciones que en las redes de manera enfermiza y furibunda, también en los púlpitos y por parte de la misma Xóchitl Gálvez en el tercer debate, le hicieran a Claudia por no ser creyente y de origen judío. Las mayorías ciudadanas demostraron su laicidad y que la tolerancia a la diversidad de creencias en México ha llegado a un alto grado de civilidad.

    Claudia rompió muchos esquemas, prejuicios y dogmatismos de sus opositores gracias a que, en muchos aspectos, la sociedad mexicana no tan sólo ha demostrado una enorme madurez cívica sino también sorprendentes avances en la conformación de una mentalidad moderna. Hacer titular del Ejecutivo a una mujer, judía, no creyente, con un segundo matrimonio, científica y de izquierda, habla de profundas transformaciones en nuestra sociedad.

    Es muy cierto que la alta popularidad de Andrés Manuel López Obrador en el grueso de la población mexicana, que a sus críticos y opositores les parece aberrante e incomprensible, sobre todo por las graves deficiencias en varios campos de su gobierno, fue fundamental para que Claudia y miles de candidatos y candidatas de Morena a alcaldes, regidoras, senadores, diputadas federales y locales se levantaran como triunfadoras y triunfadores. No obstante, es reduccionista e injusto decir que esa fue la razón principal del triunfo de la doctora Sheinbaum. Más allá de la gran habilidad política de AMLO y del enorme éxito de los programas de asistencia social que convencieron a las mayorías de que este gobierno les traía beneficios tangibles, a pesar, insisto, de la brutal violencia que impera en el País, las enormes carencias en salud pública y las enormes fallas en educación pública, así como la falta de castigo a funcionarios corruptos, Claudia supo hacer una campaña disciplinada, intensa y prácticamente sin errores y contradicciones. Demostró su inteligencia política al resaltar la figura de López Obrador y no desmarcarse de él, sabiendo que el tabasqueño gozaba de altísimos índices de aprobación, a pesar de que, contradictoriamente, los mismos que lo aprobaban en general, también altos porcentajes lo reprobaban en varias particularidades de su gobierno. Esto último tendrá que ser analizado con cuidado y detalle, pero la votación, finalmente, nos dice que AMLO fue refrendado por las mayorías ciudadanas.

    Claudia superó la votación que obtuvo AMLO en 2018, la más alta en la historia de México, porque ella no tan sólo se apoyó en la aceptación mayoritaria al inquilino de Palacio Nacional sino que, con su inteligencia, sensatez, seriedad, claridad de pensamiento y discurso, respeto a la gente y conocimiento de sus necesidades, firmeza de mando, extraordinaria disciplina, sencillez, discreción, congruencia y símbolo de lucha y superación para millones de mujeres y hombres, aportó una gran cuota al triunfo de su partido.

    Intelectuales, periodistas, empresarios, líderes de la sociedad civil opositora y políticos opuestos a AMLO, Morena y a Claudia, siguen sin reconocer, aún después de la derrota, las acciones positivas de ellos y, por lo mismo, siguen sin entender la mentalidad, necesidades y aspiraciones de las mayorías mexicanas. Por eso perdieron y, si no cambian, si siguen en la soberbia de su pensamiento dogmático y arrogante, seguirán descendiendo en la aceptación de las mayorías del pueblo mexicano.

    Lo más sano para la democracia mexicana es que la Oposición hubiese obtenido más triunfos para ocupar gubernaturas, alcaldías, senadurías, diputaciones y regidurías, pero fueron incapaces de lograrlo. Las minorías políticas ayudan a los equilibrios democráticos, pero en estas elecciones las mayorías no les creyeron, no aceptaron sus propuestas ni a sus candidatos. Prefirieron darle a Morena y a Claudia una altísima cuota de poder. Es responsabilidad de ellos carecer de credibilidad, haber hecho malas campañas y presentar una candidata presidencial contradictoria, limitada intelectual y políticamente, al grado de que, en su estado, Hidalgo, y en su pueblo, Tepalcatepec, tuvo un rechazo aplastante y vergonzoso.

    La realidad no dice otra cosa.

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