Columnistas y conductores de radio y TV multimillonarios que, acostumbrados a moverse en los pasillos de palacio y a hablarse de “tú” con los poderosos, no pisan jamás la calle y reporteros pobres que, todos los días sin más armas que su libreta, su grabadora o su cámara, sin más recursos que su coraje y su dignidad, se juegan la vida a cada paso.
Medios que, a cambio de centenares de millones de pesos del erario, de prebendas y privilegios para sus dueños y sus directivos se convierten en eco y espejo del poder y esfuerzos periodísticos serios que languidecen por falta de recursos y sufren la presión constante del Gobierno, los poderes fácticos y el crimen organizado.
La verdad convertida en mercancía por unos, la verdad que, a fuerza de ser buscada, defendida, expuesta por otros termina costándoles la vida. La verdad que se niega y sin la cual no existe la justicia. La verdad rehén, la verdad enmascarada, la verdad administrada, cuyos retazos se utilizan para chantajear al poder, para obtener canonjías.
Prensa y poder en México una relación malsana, sustentada, salvo honrosas y contadas excepciones, en el comercio descarado de la verdad a cambio de dinero e influencias. Un amasiato perverso al que, si queremos impulsar la transformación democrática de este país, debemos poner fin de inmediato.
Tocará a Andrés Manuel López Obrador cortar el flujo obsceno, criminal, irracional de millones de pesos que van de las arcas públicas a los bolsillos de columnistas, lectores de noticias, presentadores de TV y dueños de empresas de medios.
A los más de 40 mil millones de pesos gastados por Felipe Calderón en su imagen pública y los casi 70 mil millones gastados por Peña Nieto con el mismo propósito hay que sumar una cantidad hasta ahora imposible de precisar, que, de forma secreta y sin ningún control, se emplea para comprar voces y voluntades en la prensa nacional.
Hablo de los sicarios editoriales del régimen, de quienes, frente a las cámaras de TV o los micrófonos de la radio, han sido los portavoces de la guerra sucia y hoy se presentan como valientes críticos de un gobierno que aún no ha tomado posesión y del que ya se dicen víctimas.
Hablo de dueños de medios impresos y de concesionarios de medios electrónicos que sirven al poder y, al mismo tiempo, se sirven de los poderosos. Hablo de los miles de millones de pesos del erario que los gobiernos panistas y priistas han gastado para comprar su ruido o su silencio, según venga al caso.
De esos periodistas y esos medios que, con Felipe Calderón, salieron a justificar la guerra con la que éste pretendió ganar una legitimidad de la que de origen carecía, se volvieron eco de sus histéricas arengas patrióticas y se empeñaron en glosar las “hazañas” de las fuerzas armadas y los cuerpos policiacos.
De los que con Peña Nieto acordaron guardar ominoso y cómplice silencio frente a una guerra que siguió cobrando vidas a mansalva y se empeñaron en cerrar los ojos y la boca ante los escándalos de corrupción de este gobierno.
Este dinero, el que se ha dilapidado, en columnistas y medios es el que López Obrador necesita para las becas de los jóvenes, para los salarios de los aprendices. Esta es la plata que tanta falta hace para la cultura y la salud.
Que la imagen del nuevo gobierno, de sus funcionarios, de sus dependencias se construya solo con sus propios hechos. Ni un peso más en spots, en campañas publicitarias insulsas, en entrevistas, en gacetillas, en falsos reportajes. Periódicos, estaciones de radio y canales de TV deberán encontrar otros medios legítimos de subsistencia.
De su audacia en la búsqueda de la noticia, su integridad en el registro de los hechos y su creatividad en la presentación de los mismos y no de nuestros impuestos han de vivir de ahora en adelante periodistas y medios. Así plantados frente al poder, sin coludirse con él, podrán acompasar, acelerar, hacer más profunda e irreversible la transformación democrática de México.
Es necesario y urgente terminar con esa aberrante sumisión de la prensa al poder y la aún más aberrante sumisión del poder a la prensa. 30 millones de votantes nos hemos pronunciado contra esos gobernantes, ineptos, corruptos y banales esclavos de la pantalla, de los encabezados, de la radio, que una y otra vez, repite sus palabras. Imposible escribir estas líneas sin pensar, con dolor y rabia, en Miroslava Breach, en Javier Valdez, en tantos otros periodistas asesinados en México. En sus cuerpos acribillados tendidos en las calles. En sus libretas ensangrentadas, en sus cámaras rotas, en el silencio impuesto a punta de balazos.
Imposible escribir estas líneas sin pensar en aquellas y aquellos reporteros que se juegan el pellejo a cada instante en las calles y campos de este país herido. Sin rendir un homenaje a quienes ni se venden ni se dejan extorsionar o intimidar por el poder y solamente se someten a una dictadura: la de los hechos.
No tengo ya la edad, las condiciones, el valor de seguir los pasos de las y los periodistas que registran y cuentan lo que en este país estamos viviendo. Los admiro, los respeto, cuentan con mi solidaridad y apoyo. Reconozco, porque la “verdad nos hace libres”, la enorme importancia de su labor. Sin ellas y ellos, sin el sacrificio de quienes en el cumplimiento del deber han caído, el cambio no se habría producido, la esperanza no tendría, todavía, cabida entre nosotros.
Sinembargo.MX