Por una Unión Aduanera

    ¿Debe México presentar una propuesta innovadora, que vaya más allá del T-MEC, sin llegar a un mercado común, y que incluso tal vez sea atractiva para los canadienses? No sería una mala idea que las autoridades mexicanas estudiaran a fondo este tema...

    El pasado 27 de febrero Pedro Noyola y Jaime Serra publicaron un importante ensayo en el blog de Nexos, o sea,. Se titula “Hacia un arancel común en América del Norte”. Proponen una “etapa superior”, como diría Lenin, del TLCAN y del T-MEC para la nueva renegociación de este último, que posiblemente arranque en las semanas que vienen. El ensayo merece una amplia discusión y debiera provocar una polémica interesante.

    Se puede discutir si la presentación de los autores es la más susceptible de generar un debate, si la ausencia de referencia a varios casos de uniones aduaneras o aranceles comunes -la Zollverein de Alemania de principios del Siglo 19 o el Mercosur hasta la llegada de Venezuela- pero la trascendencia de la propuesta va mucho más allá de estos detalles.

    Un arancel común implicaría, en términos simplificados, que las tres economías actualmente partes del T-MEC, en lugar de tener en buena medida cero aranceles entre ellas, pero aranceles diferentes frente al resto del mundo, tendrían cero aranceles entre ellas para la totalidad de sus intercambios interregionales, y un arancel común a determinarse -digamos 3 por ciento- frente al resto del mundo. Esto es más o menos lo que existe en la Unión Europea, salvo que ahí se trata, y se trató desde 1958, de un mercado común, que contempla además de la libre circulación de bienes y de capitales, la libre circulación de la fuerza de trabajo. Aunque Noyola y Serra hacen una muy breve referencia al tema laboral en su ensayo, esto no se incluiría en un esquema de esta naturaleza. Tampoco habría instituciones supranacionales, anatema para los autores.

    En principio, una unión aduanera basada en un arancel común hacia afuera y cero aranceles hacia adentro, elimina las llamadas reglas de origen y el molesto y burocrático proceso de certificación y determinación de las mismas. Ya no hay mercancías que se intercambian dentro del T-MEC y otras fuera de él; ya no hay un contenido regional mínimo necesario, como es el caso ahora con el T-MEC, y en particular a un muy alto nivel con la industria automotriz; y en teoría un esquema de esta naturaleza debe fomentar el comercio entre las tres economías, pero también con economías terceras, por ejemplo, China, Japón, la Unión Europea y otros países.

    Obviamente este tipo de esquema no está exento de complicaciones. Por ejemplo, algunos de los tres países tienen acuerdos de libre comercio con otros, y sin embargo no es el caso de todos. Así, por ejemplo, Estados Unidos y México ambos tienen acuerdos de libre comercio con Chile, pero México también los tiene con Japón y la Unión Europea, mientras que Estados Unidos los tiene con Centroamérica, República Dominicana, Panamá, Colombia y Perú, con los cuales México tiene acuerdos mucho menos robustos que un pleno TLC. El caso de Canadá es parecido.

    Tampoco es sencillo homologar los sentimientos políticos, ideológicos, e incluso culturales de cada uno de los tres países, aunque se ha avanzado muchísimo en esto desde 1994. Los canadienses tienen una cercanía con Europa evidente y conocida; los norteamericanos, sobre todo ahora con Trump, parecen detestarlos. En cuanto a nosotros, siempre ha habido una tendencia a querer profundizar el tratado original de 1994, pero también amplias resistencias al respecto.

    El valor del ensayo de Noyola y Serra radica principalmente en ser una respuesta a una pregunta decisiva en estos días: si Trump no quiere un nuevo T-MEC, en los hechos o explícitamente; si formula tales exigencias ante México y Canadá que volvieran irrelevante el T-MEC; si el clima de negociaciones entre los tres países se sigue deteriorando, con cabezas frías o calientes -parece que da exactamente lo mismo, ¿debe México presentar una propuesta innovadora, que vaya más allá del T-MEC, sin llegar a un mercado común, y que incluso tal vez sea atractiva para los canadienses?

    No sería una mala idea que las autoridades mexicanas estudiaran a fondo este tema, consultando desde luego a los autores, así como a expertos que seguramente discrepan de estas tesis, para luego conversarlas con el nuevo Primer Ministro canadiense. Este último será Mark Carney o Pierre Poilievre, ya que Justin Trudeau renunció justamente en días recientes. Es cierto que pueden transcurrir varias semanas o meses, hasta octubre de este año, antes de que sepamos quién va a seguir encabezando el gobierno canadiense. Pero en cualquier caso, la Presidenta Sheinbaum podría ir a Canadá y conversar con los dos candidatos sobre este y muchos otros temas. La elección está pareja, después del gran levantón en las encuestas que Trudeau logró gracias a su enfrentamiento con Trump, a diferencia de lo que suele pensar la comentocracia mexicana.