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@vraldapa
Saber por quién votarán los sinaloenses después del 2018 y las recientes elecciones de Hidalgo y Coahuila, es quizá la respuesta más codiciada en la clase política. El acomodo de escenarios por avezados analistas y asesores de la política local, ponen a modo unos y otros aspectos para colocar aspirantes de acuerdo con sus preferencias y simpatías. Sin embargo, más allá de las capacidades para vaticinar resultados, encontramos esa otra parte que poco se comenta porque sale del canon narrativo de la competencia electoral a la que se acostumbra y que tiene que ver con las intenciones que subyacen en cada proyecto político. Para nadie es secreto que a cada candidato le acompañan grupos que representan intereses económicos y políticos privados, que, una vez logrado el triunfo electoral, se habrán de beneficiar del poder y presupuesto público.
Y aunque no es muy difícil hoy en día reconocerlos, estar al tanto de sus características en el ámbito público nos ayuda a identificarlos, examinar en ellos la forma en la que actúan como candidatos oportunistas. Una de sus principales peculiaridades en campaña es la de propiciar un particular ambiente para llevar la discusión al terreno de la ofensiva electoral y evitar debatir las ideas y principios que motivan sus aspiraciones.
Estos candidatos prefieren evadir actividades de campaña que les exija dar a conocer propuestas concretas de su plataforma electoral o el compromiso de impulsar proyectos de gobierno como soluciones viables a problemas sociales. Por el contrario, a estos candidatos les interesa más el ruedo de la mercadotecnia electoral, el ciego entusiasmo de la porra, el rostro angelical en la propaganda y la ocurrencia populachera de su imagólogo.
Este fenómeno de las candidaturas “diseño”, configuradas como productos de la oferta y demanda del mercado electoral, insertados en los procesos electorales, han modificado los propósitos originales de la democracia, desdibujando y pervirtiendo los fundamentos de “lo político” y “lo social” en nuestro País.
Hoy se refieren a los partidos como “marcas”, y sus siglas dejaron de simbolizar su origen ideológico y político, de ahí que ahora se prefiera la idea de un “diseño” algo “dinámico”, “juvenil”, fácil de recordar, identificar, como el símbolo de los tenis nike, por ejemplo, y que no falte el color rojo, el color que representa la fuerza, como lo demuestran las marcas coca cola y cigarros marlboro, campañas publicitarias que ahora inspiran el lenguaje electoral y acompañan nuestras decisiones para votar.
Es por eso que estos candidatos requieren de un ambiente en el que no se piense, no se analice y menos se reflexione, para que se actúe más bien en función de emociones; de conectar con el elector sin rostro y sin nombre a través de spots con la música de moda, del arrebato cómico del meme, la hebilla más grande, el mejor peinado, la foto más oportuna, la frase asombrosa y la ufanada valentía de enfrentar quién sabe qué cosa o qué historia inventada en despachos de asesores con diplomados en coaching y recetas de cómo ser un exitoso persuasor sin que nadie se dé cuenta. Por eso llevan el oportunismo en el ADN de sus mensajes, porque en el fondo, y esto ahora cualquiera lo sabe, mientras se tengan los medios, lo que realmente les interesa, es ganar a toda costa y a cualquier costo.
Por eso es cada vez más difícil elegir candidatos sin correr el riesgo de ser defraudados. Hace algunas décadas se pensó que la forma de combatir estas prácticas indeseables sería a través de la pluralidad política y la alternancia en el poder, como garantía de vigilancia mutua y evolución civilizada de una sociedad democrática respaldada por políticos honestos, un sueño bastante anhelado, por cierto. Desafortunadamente, el aguijón de la corrupción, mil veces maldecido por la oposición en turno, parece que siempre termina por pinchar a todos o casi a todos.
Por eso es que siempre se habla de alianzas y respaldos políticos, de aspirantes y contrincantes, de encuestas y preferencias, y no así de convicciones y compromisos con la sociedad. En 2018 experimentaron el reclamo, el rechazo rotundo, el descontón de más de 30 millones de votos, es cierto, pero no se fueron, aguantaron y continuaron aferrados, pero no sólo ellos, también los que llegaron con esa nueva camada de candidatos ganadores de Morena a los que no les fue difícil sucumbir a más de uno ante los aguijones del privilegio y el dinero.
En este triste galimatías de estancado y profundo subdesarrollo social de nuestra democracia, finos y exquisitos hombres y mujeres de política y negocios, labran con el presupuesto público su penosa estirpe social, su infame invención de alcurnia social.
Es por ello por lo que se requieren candidatos que no representen todo aquello que ha dado al traste a la política durante todos estos años de promesa democrática, de mentira y engaño. ¿Cómo entonces decidir por quién votar y no equivocarse? ¿Cómo romper este interminable ciclo anómalo y deforme del ejercicio envilecido de la política?
Es quizás este, el más importante reto de la ciudadanía para las próximas elecciones, saber distinguir con pertinencia y a tiempo las intenciones de los futuros candidatos. Vaya faena…
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.