La detención de Cárdenas Palomino por la tortura que le infligió y ordenó a los familiares de Israel Vallarta, compañero en algún momento de Florence Cassez, se produce casi un año después de su acusación formal por el distrito Este de la Fiscalía Federal de Nueva York, allá por narcotráfico y vínculos con García Luna. Falta todavía Ramón Pequeño; tal vez su arresto figura en la lista de tareas del gobierno esta semana, aparentemente dedicada a órdenes de aprehensión. En cualquier caso, se pone buena la intriga, sobre todo en vista de su carácter multi-facético.
Dudé el año pasado que la Fiscalía diera rápidamente con Cárdenas Palomino. Por dos razones. En primer lugar, debido a su cercanía con Ricardo Salinas Pliego, de cuyo temido y admirado servicio de inteligencia y seguridad fue jefe durante siete años. La relación entre el dueño del Grupo Salinas y Palacio Nacional es pública y notoria. En segundo lugar, me vi escéptico ya que el gobierno de Estados Unidos no solicitó en ese momento la detención provisional para fines de extradición del excomandante de la Policía Federal. Hasta hoy no lo ha hecho, según los medios mexicanos. Podía pensarse que la razón para detener a Cárdenas Palomino en el mundo real yacía en la petición de Washington, el único factor de poder al que López Obrador escucha.
Pero tal vez surgieron otras consideraciones a lo largo de este año. Especulemos un poco: es lo de hoy. En primer término, visto que todo el tinglado de Lozoya no prospera ni llega a un desenlace creíble, es posible que el gobierno busque detener a quien pueda. No parece viable cualquier medida contra los acusados por Lozoya, de un partido u otro, pero encarcelar al ex director de Pemex tampoco resulta muy atractivo a estas alturas. Cárdenas Palomino, Miguel Alemán Magnani, Ramón Pequeño, más lo que se acumule, pueden constituir alternativas aceptables, sin ser espectaculares.
Otra posibilidad consiste en la obsesión de López Obrador con Calderón. Frente a la inmensa dificultad de detener la espiral de violencia que agobia al país, el Presidente en varias ocasiones les ha echado la culpa a Calderón y a Peña Nieto, pero principalmente al primero. Su eje de ataque, desde hace más de un año, ha sido García Luna: el jefe de la lucha anti-narco era narco; el jefe de la guerra contra el crimen organizado era parte del crimen organizado. Siempre me he opuesto a la guerra de Calderón, pero la presunta complicidad de García Luna con el narco me parece hasta cierto punto insignificante; tampoco creo que Calderón lo supiera, suponiendo que fuera cierto. Pero detener a Cárdenas Palomino aviva de nuevo el tema de García Luna, que a su vez, trae nuevamente a Calderón a la palestra, en víspera de la no consulta sobre los no ex-presidentes.
La última hipótesis: ahora sí, Washington quiere a los colaboradores de García Luna, ya sea para voltearlos y volverlos testigos protegidos, ya sea para convencer a López Obrador que van en serio con el tema de las drogas en general y el fentanilo en particular. Sabemos que la administración Biden hará todo lo posible para hacerse de la vista gorda ante lo que haga López Obrador en México, pero quizás ya sea demasiado. Cárdenas Palomino sería una moneda de cambio, a condición de que sea una moneda cantante. A ver qué cuenta o canta.