La pregunta que lleva como título esta columna nos la hemos planteado muchas veces. En etapas de violencia e inseguridad, como la desatada desde septiembre en Sinaloa, es normal que muchas personas se hagan este cuestionamiento al sentirse tocadas por las desapariciones, la muerte de los seres queridos o el daño a su patrimonio y bienes.
De igual forma, es normal que surja esta pregunta, como doloroso lamento, cuando la enfermedad hace presa de nosotros, de nuestra familia o amistades cercanas. Por eso, al inicio del mensaje que escribió para el último domingo de Cuaresma, el Papa Francisco recordó una frase esperanzadora del profeta Isaías: “Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is 43,19).
Bergoglio explicó: “Son las palabras que Dios, a través del profeta Isaías, dirige al pueblo de Israel en el exilio de Babilonia. Para los israelitas es un momento difícil, parece que todo se hubiera perdido. Jerusalén fue conquistada y devastada por los soldados del rey Nabucodonosor II y al pueblo, deportado, no le quedó nada. El horizonte aparece cerrado, el futuro oscuro, cualquier esperanza frustrada. Todo podría inducir a los exiliados a rendirse, a resignarse amargamente, a dejar de sentirse bendecidos por Dios”.
Estas palabras confortan e iluminan la experiencia amarga de la narcoviolencia, para recordarnos que es posible reconstruir el tejido social y vivir de otra manera: “Un pueblo que podrá reconstruir Jerusalén porque, lejos de la Ciudad Santa, con el templo ya destruido, sin poder celebrar las liturgias solemnes, ha aprendido a encontrar al Señor de otra forma, en la conversión del corazón (cf. Jr 4,4), en la práctica del derecho y la justicia, en el cuidado del pobre y necesitado (cf. Jr 22,3), en las obras de misericordia”.
¿Renuevo la esperanza?