En la política mexicana, incluso podría decirse que en todos los campos de la sociedad mexicana, se cumple lo que escribió Marshall en su libro La Experiencia de la Modernidad: “todo lo sólido se desvanece en el aire”, tesis que reinterpreta Zygmunt Bauman en la Modernidad Líquida.
En efecto, en gran parte del mundo ya no hay ni ideologías, ni formas, ni estilos políticos sólidos. Así como la producción flexible, la política es tanto eso, como líquida, sin solidez en sus objetivos, acuerdos, estilos o alianzas. Vamos, los principios prácticamente ya no existen o son muy débiles, desvanecidos. Algunos llaman a esto política postmoderna.
La política mexicana es un claro ejemplo de ese desvanecimiento de la solidez. Quizá apareció antes, pero con Fox, en 1998, ya se vio claramente. El vaquero de Guanajuato, a partir del Grupo San Ángel, se reunió con intelectuales y políticos de dulce, chile y manteca, y ese experimentó le ayudó a ganar las elecciones en 2000 y formar su gabinete, donde entraron ex comunistas, ex priistas, ex perredistas, neopanistas y gente sin partido.
Poco antes, en 1989, la formación del PRD ya había sido un ejemplo de ser un arcoíris ideológico y político porque había conjuntado ex priistas nacionalistas, nacionalistas de izquierda como los pemetistas, ex comunistas, ex trotskistas, ex maoístas, ex guevaristas y ex panistas democristianos, entre otros.
Con estos antecedentes y varios más, Morena escala los niveles de la liviandad ideológica y política, y arrima a todos los signos: desde la ultraderecha agrupada en iglesias cristianas, ex priistas nacionalistas y también ex priistas y panistas neoliberales, casi toda la gama de izquierda, gente sin antecedentes partidarios pero ultrapragmáticos, y miles más de oportunistas de todo tipo, aunque también gente honesta y genuina.
Pero todos los partidos andan igual, desde los panistas persignados hasta las nuevas y magno descaradamente corruptas y cínicas generaciones priistas encabezadas por Alito.
Es decir, la política mexicana ahora es así: vuela por aquí vuela por allá, un día aquí y otro día allá.
En Sinaloa, el ejemplo extremo de esta nueva etapa es el PAS. Esta agrupación política, que no es un partido en estricto sentido porque simplemente obedece las indicaciones de una sola persona y aprovecha las estructuras y el personal de institución pública para actuar, ha visitado todas las iglesias habidas y por haber, su liviandad es total. Es por eso que en las liquideces ideológicas de Morena y el PAS los encuentros y desencuentros políticos son parte de los comportamientos livianos.
En este nuevo escenario nacional, y más particularmente sinaloense, no sería descartable que Cuén y Rocha (después de una llamada de la CDMX) se vean obligados a tomarse otra taza de chocolate. Pero, si nos fiamos por las posturas del Gobernador Rubén Rocha, el rompimiento parece definitivo por un hecho elemental: Cuén estableció férreamente en la UAS-PAS que su poder no se discute y a todos les pide una obediencia a toda costa, pero en el gobierno de Rubén Rocha Moya y en la alianza con Morena violó ese elemental principio de poder: desobedecía a Rocha y actuaba por su cuenta, nunca aceptó que no era el General - lo cual es imposible, no está en su estructura mental desde que fue Rector- incluso quería gobernar seis municipios y dirigir a ocho diputados. Lo más grave es que a vista de todos y buscando ridiculizar al Gobernador de Sinaloa se saltó las trancas estableciendo acuerdos con Adán Augusto López, éste en búsqueda de la candidatura para habitar Palacio Nacional y aquél para llegar al Senado-Gubernatura de Sinaloa. Y para rematar, aprovechando la laxitud de los estatutos morenos, Cuén como Caballo de Troya se mete, “por la puerta de atrás” dice Rocha, e intenta socavar el poder del hijo de Batequitas dentro de Morena para granjearse los favores de Adán Augusto.
El Secretario de Gobernación, en su cada vez más torpe búsqueda de la candidatura para 2024, también ignoró la elemental regla política -y es más evidentemente torpe porque él fue Gobernador- de consultar a Rubén Rocha Moya, integrante de su partido, para ver si era conveniente establecer acuerdos con Cuén. O Adán Augusto está muy nervioso -sobre todo después del “yo tampoco confío en ti”- y perdió piso o es un preclaro representante de la política liviana.
Por su parte, el doctor Rocha Moya profundiza la política amloista de jalar cuadros priistas y panistas a su gobierno -porque no ve suficiente capital político en los militantes morenos- para fortalecer su corriente, tanto para vaciar al PRI como al PAN y, sobre todo, pensando en 2024, donde él tiene que llegar muy firme para contribuir a mantener la Presidencia de la República, ganar los escaños en el Senado y asegurar su influencia para 2026.
Quizá no haya otro caso en el País donde un Gobernador se haya deslindado tan claramente como Rocha Moya de Adán Augusto por los acuerdos de éste con Melesio Cuén, lo que no es cualquier cosa en la política mexicana, pero el badiraguatense tenía que enviar el mensaje de que él es hombre fuerte de Morena en Sinaloa. Sin duda es una decisión arriesgada distanciarse de uno de los tres mencionados para ser candidato a la grande en 2024, aunque este no parece ser el favorito ni de las mayorías morenas ni del macuspeño, pero Rocha Moya en su momento se disciplinaría si López Obrador pudiera el dedo iluminador sobre su paisano. Lo que podemos apostar es que Rocha buscaría evitar con toda su fuerza que Cuén sea el candidato al Senado.
Y pues sí, parafraseando a Cristina Pacheco, diría: en esta época nos tocó vivir.
La liviandad es lo que rifa.