El Presidente López Obrador hizo referencia en su informe reciente a Carlos Marx como el hombre que había descubierto la ley de la historia humana. Valdría regresar a él para pensar en las ironías del gobierno lopezobradorista. El Marx que trató de entender el ascenso de Luis Bonaparte se abre al asombro de la política y advierte las complejidades que no embonan en un esquema o en una consigna.
Hacemos historia, pero no hacemos la historia que imaginamos hacer, dice Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. La realidad se burla de nuestras intenciones. El espejo de vanidad en que se mira el político lo engaña. Nada tan lejano a lo que un político es que lo pretende ser. Un gobierno que se imagina escribiendo una página estelar de nuestra historia redacta un capítulo muy distinto al que describe en su perorata cotidiana. Sobre las intenciones se imponen las circunstancias. Pero en este libro no son las condiciones económicas, las relaciones de clase las que se determinan exclusivamente el sentido de la acción humana. Marx habla, sobre todo, de las ideas muertas que obstruyen la inteligencia política, los fantasmas que secuestran el juicio. “La tradición de todas las generaciones oprime como pesadilla la mente de los vivos”.
Esta política de espectros ocupa el centro de la reflexión de Marx. La pretensión de reescenificar la historia produce resultados risibles. Napoleón III, personaje de una grotesca mediocridad, se imagina reencarnación del tío. Por eso la historia, cuando pretende repetirse, resulta una caricatura. Esa es la caricatura del régimen lopezobradorista. Quien pretende hacer Historia hace historieta. Quien se pavonea como el primer demócrata militariza; quien se imagina reparador de injusticias las perpetúa y las agrava; quien predica de austero resulta un derrochador; quien pretende ubicarse en la izquierda lo es solamente en su retórica. Se mira en el espejo como si fuera la actualización de la misma batalla de los dos siglos de México. Ese es el relato que se nos ofrece: libramos hoy la misma batalla que libraron los héroes de todas las batallas previas. Enfrentamos a los mismos villanos. No hay nada nuevo bajo el sol. Hidalgo y Morelos reencarnan en Juárez, Juárez renace curiosamente en personajes tan disímbolos como Madero y Zapata y ambos son el espíritu de Lázaro Cárdenas y, al parecer, también de López Mateos. Ese gran lector de Shakespeare que fue Marx identifica ciertos episodios históricos como un asalto de fantasmas. Épocas en las que los héroes convocan y los villanos tientan. Eso es lo que Timothy Snyder ha llamado “política de la eternidad” que es propia del discurso más autoritario. La llama así porque sostiene que solamente hay una disyuntiva elemental a lo largo de los siglos y lo único que cambia es el vestuario de los buenos y de los malos. Esa caricaturesca simplificación de la complejidad, esa negación a la novedad, a la sorpresa y a la innovación conduce a un régimen a asumirse propietario exclusivo del patriotismo.
Esos espectros dominan la imaginación del régimen. Su batalla no es contra los partidos de Oposición representados en el Congreso. No es contra la prensa crítica, contra las organizaciones de la sociedad civil que defienden posiciones distintas a las suyas. En la Oposición ve porfiristas agazapados; en la prensa lee a los golpistas que mataron a Madero; en las organizaciones de la sociedad civil, ve grupos de notables que cruzaron el Atlántico para obsequiarle la corona de México a un aristócrata desempleado. El Presidente historiador ha quedado secuestrado por la fantasía de su trascendencia y por la visión infantil que tiene de la historia mexicana.
“Alucinaciones de una batalla muerta, palabras transformadas en frases, ideas en espectros, la ropa de uso convertida en absurdo disfraz”. Así describe Marx el ridículo de Napoleón III. ¿No es esa una impecable descripción de lo que tenemos frente a nosotros? Alucinaciones de una batalla muerta, ideas convertidas en espectros. Marx compara este delirio político con el loco inglés que se ha convencido de vivir en la era de los faraones. Todos los días se lamenta de lo difícil que es trabajar en las minas de Etiopía y sufrir el látigo de los capataces. No hay manera de sacarlo de su letanía, dice Marx: todos los días es el mismo cuento.