Conforme transcurren los vertiginosos días, los ciudadanos mexicanos comprueban que cuentan con un régimen democrático y sumamente responsable de la conducción del País. El programa es claro: consolidar a México como una nación con un desarrollo y bienestar ascendente. Por tres décadas y media sufrieron las masas populares el peor estancamiento económico de su historia contemporánea, la ciudadanía no olvida esa larga y oscura noche del neoliberalismo, donde se trasladaron grandes riquezas nacionales a élites privadas.
Lo anterior lo hemos documentado con objetividad, en entregas puntuales que hemos formulado a través del tiempo, en este mismo espacio que, en un futuro, se harán más explícitas por medio de libros, donde nuestros lectores podrán documentarse con mayor precisión sobre nuestras opiniones. Hemos sido incisivos en nuestra narrativa sobre la historia política de nuestro País, conscientes de lo relevante que resulta el conocimiento de las circunstancias que nos rodean.
Para entender el México contemporáneo es indispensable el conocimiento de los pasos históricos de los regímenes que han imperado en el País, cuando menos desde la Revolución de 1910, sus logros y fracasos, hasta nuestros días. Y el periodo más oscuro se inicia con el fraude electoral de 1988. Dicho periodo se prolongó por 36 largos años; en ese periodo se dio al traste con los logros sociales de la Revolución de 1910, se reformaron artículos medulares de la Constitución del 1917, como el 27 y el 123 constitucionales, privatizando los ejidos y haciendo nugatorios los derechos de los trabajadores.
Una de las reformas que llevaron a cabo los salinistas y que ha ocasionado la ruina del campo fue la reforma al Artículo 27. Con esa reforma pusieron a la venta, en el mercado, las tierras ejidales, un golpe demoledor a una de las conquistas más reconocidas de la Revolución, como fue el reparto de la tierra a los campesinos. En este tenor, los neoliberales prianistas (que en esto de despojar al pueblo de las riquezas nacionales se hicieron un único partido) realizaron un sinfín más de reformas a la Constitución, mutilándola y despojándola de su sentido de igualdad y de justicia. Van a pasar años para enmendar los efectos de ese terrible periodo que señalamos.
No podemos soslayar el daño causado a los grupos sociales por parte de los gobiernos prianistas, que se dedicaron a nulificar las conquistas que habían logrado grandes núcleos populares, que entregaron sus vidas durante la Revolución de 1910. Gracias a sus luchas, Emiliano Zapata y Pancho Villa hicieron renacer la democracia, la libertad y la justicia. En esto mucho se alcanzó. Pero, pronto, las fuerzas del prianismo las nulificaron de manera radical, sin contemplación para los más débiles. Por el contrario, se actuó con mucho rigor clasista, hasta nulificar los frutos que la Constitución garantizaba a los campesinos y obreros, haciendo nugatorios los artículos que tutelaban sus derechos. Y los gobiernos neoliberales se dedicaron a privatizar todo, no les dio tiempo de privatizar la educación pública, estuvieron a un paso de lograrlo, tampoco alcanzaron a privatizar el agua.
Llega la elección presidencial del 1 de junio del 2018 y el pueblo mandó a los prianistas a donde siempre debieron estar, al basurero de la historia. Pero nunca más van a volver al poder en este País. Si no fuera por el largo tiempo que esos gobiernos mal gobernaron, México sería otro. El pueblo despertó en el 2018 y hoy se hace camino al andar, brindándonos una oportunidad histórica de remontar el subdesarrollo. Hacia allá caminan los afanes del gobierno de la cuarta transformación. No vemos ningún obstáculo a los planes de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo para llevar al país a niveles superiores de desarrollo y bienestar.
El 2018, por decisión de la ciudadana, se instauró un nuevo régimen en el País, que ha venido buscando resarcir las reformas que promovieron los gobiernos prianistas de la época que señalamos.