En la columna de ayer, escrita con antelación, señalamos que el Papa Francisco se encontraba impedido para presidir las celebraciones de Semana Santa, pero escribió las meditaciones del Vía Crucis y demás celebraciones de la Semana Mayor, incluyendo Domingo de Resurrección. Hoy, lamentablemente para nosotros, pero afortunadamente para él, ya goza del descanso eterno después de una vida plena, entregada y generosa.
Fueron 12 años de servicio incansable y gozoso en favor de la Iglesia, tras la abdicación del Papa Benedicto XVI. Se distinguió por su carisma, bondad, alegría, humildad y sencillez. Le tocó convocar e iniciar este Año Santo 2025 abriendo la Puerta Santa del Jubileo, bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”.
En uno de sus últimos actos, se hizo presente el domingo para brindar la bendición “Urbi et Orbi” con motivo de la Festividad de la Pascua. Hoy, ya ha cruzado el umbral de la Puerta de la Gloria, ya arribó a la Pascua eterna culminando su fructífero y esperanzado peregrinar, después de abrir nuevos y controvertidos horizontes en la pastoral de la Iglesia.
En efecto, promovió e impulsó muchísimas reformas en la estructura eclesial, así como en su legado doctrinal y acción pastoral. La reestructura de la Curia Romana le atrajo acerbas críticas, sobre todo porque abrió más espacios directivos a mujeres, con el objeto de ofrecer una Iglesia más abierta y más participativa, con menos burocracia y menos centralizada, más competente, más solidaria y más incluyente.
De igual forma, en materia de finanzas y economía, promovió una gran transformación al encabezar una Iglesia más austera y transparente, con una acción pastoral más solidaria y compasiva, sobre todo, más cercana y abierta a las periferias, para responder a los desafíos actuales de la humanidad. ¡Descanse en paz!
¿Soy peregrino de esperanza?