Perdonar el pasado

    Examinémonos cada uno de nosotros: ¿de cuántas acciones cometidas nos arrepentimos?, ¿de cuántas omisiones y faltas de acción nos condolemos? No seamos jueces demasiado rigoristas, pero tampoco pequemos de laxitud e inconsecuencia.

    Si se pudiera corregir el pasado constituiría, para la mayoría de los seres humanos, una bendición. En efecto, todos, o casi todos, lamentamos alguna acción o inacción del pretérito. Nos dolemos por el mal que hicimos o por el bien que dejamos de hacer. Festejaríamos en grande si fuera posible corregir de un plumazo cualquier recuerdo que nos agobia, angustia y oprime cual si fuera una pesada lápida o costal del que no nos podemos deshacer.

    Imaginemos cuál sería la pesada carga que arrastraba el apóstol Pedro después de haber negado conocer a su maestro, cuando estaban flagelando a Jesús y le preguntaron si él no era de los seguidores de ese condenado. ¿Cómo soportar la mirada dulce y apesadumbrada que le dirigió Jesús en aquel dramático momento? Hasta las entrañas se le deben haber revuelto al sentir la mirada de esos tiernos ojos que lo taladraban con inolvidable amor, con indulgente paciencia y sin una pizca de reproche.

    Examinémonos cada uno de nosotros: ¿de cuántas acciones cometidas nos arrepentimos?, ¿de cuántas omisiones y faltas de acción nos condolemos? No seamos jueces demasiado rigoristas, pero tampoco pequemos de laxitud e inconsecuencia.

    En la página 27 de la novela Las termas de Caracalla, Jorge Guillermo Cano Tisnado, hace decir al personaje Aetos: “No hay manera de corregir el pasado y en su momento no lo vemos, no lo podemos ver y es una maldición del humano. Se ha de tener cuidado porque, en el tiempo de la inacción, se inventan pretextos miles, igual que en la acción que luego se lamenta; se justifica la pasividad frente a un mundo que rueda de un lado a otro y, de la otra parte, se inventan descargos que ni siquiera uno mismo se los cree”.

    Sí, no se puede corregir el pasado, pero sí se puede pedir perdón del error cometido o de la pertinente acción dejada de realizar. Lo que también urge, es no caer en la desesperación de la culpabilidad extrema que siente que ya no hay nada que hacer y arrastra eternamente, como Sísifo, una carga de conciencia de la que no puede desprenderse.

    No se puede corregir el pasado, pero sí tratar de remediar en parte el mal causado por nuestras malas acciones, o el bien no facturado debido a nuestro miedo, temor, soberbia, egoísmo o respeto humano. De lo que no podemos dudar es la de la mirada misericordiosa y benévola de Jesús, que, desde el tribunal de la cruz, continúa exclamando por toda la eternidad: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

    El sacrificio de Jesús no fue en vano; debemos, por tanto, ser humildes y acogernos a su infinita e incondicional benevolencia. Aunque nuestras faltas fueran rojas como la sangre, Él las tornaría blancas como la nieve.

    ¿Perdono el pasado?