El pensamiento y la música están íntimamente hermanados. Para escribir y pensar, en la tradición griega, se recurría a la inspiración de las musas, lo mismo que para componer bellas canciones e himnos. De hecho, la palabra música proviene del término griego musiké, que significa todo lo relativo a las musas. Las musas eran nueve y cada una velaba por un arte o disciplina (poesía, tragedia, danza, comedia, historia, por ejemplo). Pero, todas estas actividades se englobaban bajo el término de musiké.
Además, se debe tener presente que la educación antigua se dividía en siete artes liberales, comprendidas en dos grupos: trivium y quadrivium (tres o cuatro vías o caminos). El primero abarcaba gramática, dialéctica y retórica, porque su ideal era dominar la elocuencia. El segundo: aritmética, geometría, música y astronomía, para aplicar exitosamente los números en todas las áreas.
Incluso, se llegó a pensar que la música podía moldear e influir en el cambio de cualquier estado de ánimo o comportamiento, ya que es ideal para inspirar nuevos afectos y efectos. De ahí que, en la formación de la personalidad y el carácter, tenga tanto éxito la musicoterapia.
En la Edad Media y el Renacimiento se resaltó la utilidad y placer, o deleite, que proporcionaba la música; mientras que el Romanticismo se centró en lo sublime e inefable. En el Siglo 18 se operó una nueva concepción de las artes, de manera que la forma sinfónica se convirtió en vehículo del pensamiento. Así se comprende, por ejemplo, que, en la portada del séptimo volumen de la Historia de la Filosofía de Frederick Copleston, se haya colocado una imagen de Beethoven, y no de algún ilustre filósofo; al igual que en Grecia se llamaba al hombre culto, hombre musical.
¿Pienso musicalmente?